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Actualizado: 1 de julio de 2025


Se adivinaban sus escondites en la cuadra, en los graneros, en el horno, en todos los departamentos del cortijo que comunicaban con el patio; y en estas piezas oscuras, los encuentros, las risas sofocadas, los gritos de sorpresa.

El empleado iba de un lado a otro amenazando con el consabido «capón». Todos adivinaban en Maltrana al enemigo, al pariente moralizador y molesto que se presenta a predicar la virtud. ¡Virtud a ellos, que eran unos hombres y estaban enterados de todo! No quiso Isidro prolongar por más tiempo la visita; además, el empleado que le servía de guía mostrábase impaciente.

Y abandonó París, de noche, con gran misterio, porque todos sus pasos eran espiados y temía que si adivinaban el objeto de su viaje le impidieran la marcha. Momentos antes escribió una carta a Judit diciéndole tan sólo que la dejaba por algunos días; pero esta carta, a pesar de ser insignificante, fue interceptada y no llegó a su destino. El prefecto de policía estaba a las órdenes de monseñor.

En el frente de la decrépita y pobre casa, un agujero indicaba dónde estuvo en otro tiempo el escudo, y debajo de él se adivinaban, más bien que se leían, varias letras que componían una frase latina: Post funera virtus vivit.

Todos en la casa adivinaban las mortificaciones á que sometía su cuerpo la señora, y sin embargo, la veían sonriente, con una dulzura melosa en la voz y en el gesto, elevando los ojos á la menor contrariedad y exclamando: «Todo sea por DiosEn ciertos momentos se dejaba arrastrar por su carácter imperioso, como si llevase en el cuerpo algo que exacerbaba sus nervios con oculta molestia, pero al momento replegábase dentro del caparazón de su bondad y con los ojos pedía perdón por su arrebato.

Algunos conocían la lengua española por haber navegado en bricks de Saint-Malo y Saint-Nazaire, yendo á los puertos de Argentina, Chile y Perú. Los que no podían entender las palabras del cocinero las adivinaban á través de sus gesticulaciones.

Si su familia estaba ciega, en las barracas vecinas bien adivinaban la situación de Barret, compadeciendo su mansedumbre. Era un buenazo, no sabía «plantarle cara» al repugnante avaro, y éste lo iba chupando lentamente hasta devorarlo por entero. Y así fué.

En las diversas manchas de su tejido se adivinaban piernas, brazos, cabezas, ramajes de un verde metálico. Don Esteban había encontrado estos fragmentos rotos ya por los labradores para tapar tinajas de aceite ó servir de mantas á las mulas de labor. Eran pedazos de tapices copiados de cartones del Ticiano y de Rubens. El notario los guardaba únicamente por respeto histórico.

Parecían en el primer momento caprichosos y locos, errando á la ventura, pero en realidad herían al verdadero enemigo. Los desheredados, los infelices adivinaban con el instinto de la desesperación dónde estaba la causa de sus males. La sociedad tenía por base la moral cristiana, una moral que en tiempos remotos podía ser oportuna, pero que había fracasado al contacto de la vida moderna.

Todos callábamos: los madrileños, porque una indefinible envidia de aquella tranquila existencia nos hacía contemplar con odio la vida febril de la corte á que estábamos condenados.....; y los salmantinos, porque adivinaban lo que sentíamos y temían acaso ofendernos dándose por entendidos de nuestra emoción ó elogiando aquella solemne paz de la Naturaleza, que no volveríamos á gozar en mucho tiempo..... ¡No; no volveríamos á gozarla, puesto que á la tarde siguiente, á aquella misma hora, estaríamos otra vez camino de Madrid, y puesto que Madrid es una máquina neumática para los mejores sentimientos del corazón humano!.....

Palabra del Dia

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