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Actualizado: 1 de julio de 2025


Tras ellos se ocultaban los verdaderos legisladores, los muertos, los diputados con sudario, cuya presencia no adivinaban estos hombres de grandilocuente vanidad, creyendo hablar siempre por inspiración propia. ¡Los muertos legislan!

Algo lejano é indeciso turbó el silencio de la noche deslizándose por el fondo de una de las grietas que cortaban la inmensa planicie de tejados. Los tres avanzaron la cabeza para escuchar mejor... Eran voces. Un coro varonil entonaba un himno simple, monótono, grave. Más bien lo adivinaban con el pensamiento que lo percibían con sus oídos.

Su voz era lenta, con largos titubeos; notábase cierta incoherencia en sus palabras; se adivinaban sus esfuerzos para ordenar las frases y encauzar el pensamiento.

El viejo aún estuvo más de una hora en la taberna, hablando á solas, advirtiendo que la cabeza se le iba; hasta que, molestado por la dura mirada de los dueños, que adivinaban su estado, sintió una vaga impresión de vergüenza y salió sin saludar, andando con paso inseguro. No podía apartar de su memoria un recuerdo tenaz.

El enemigo iba sobre sus huellas, y la orden era de andar y no combatir, librándose por ligereza de pies de los movimientos envolventes intentados por el invasor. Los jefes adivinaban el estado de ánimo de sus hombres.

Nadie siente una gran satisfacción en haber muerto a un hombre; y el señor de Maurescamp, por poco sentimental que fuese, no dejaba de experimentar ciertos remordimientos, que se adivinaban en las disposiciones conciliadoras que manifestó a la señora de Latour-Mesnil.

Y había que ver a los vendedores, verdaderas sanguijuelas normandas que adivinaban una presa fácil, seguirle los pasos, meterle en el bolsillo pitos, rosquillas y golosinas y ponerle delante de las piernas rosados cochinillos y rizados y blancos corderos. ¡Cómpreme usted algo para su señora! «¡Su señora

Traspuso la puerta, cruzó un patio lleno de pilas de lingotes de hierro, y entró en una nave larga y anchurosa, iluminada por ventanales tras cuyos vidrios empañados se adivinaban muros ennegrecidos, montones de carbón, chisporroteo de fraguas, y altas chimeneas que en nubes muy densas lanzaban a borbotones el humo pesado y polvoriento de la hulla.

Los caminos sólo se adivinaban por la alineación de los árboles. En el monte era difícil avanzar. La naturaleza, enseñoreada durante muchos años de abandono, se defendía ahora con la maraña, con el fustazo, con la espina.

Adivinaban que huía por haberse «desgraciado», y como este infortunio le puede ocurrir á todo hombre que usa cuchillo, se limitaron á darle explicaciones sobre el rumbo que debía seguir, añadiendo algunos pedazos de carne de cabra seca, para que no muriese de hambre en su audaz travesía. Cuando hubo consumido todas sus vituallas, no por esto perdió el ánimo.

Palabra del Dia

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