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Actualizado: 18 de junio de 2025


Oh, ¡y qué bueno debe de ser estar muerta! calculaba Lucía . Don Ignacio tenía razón en decir que... que no hay felicidad, vamos. ¡Si uno supiese lo que le aguarda en el otro mundo! ¡Dónde andará ahora el alma de ese cuerpo que está ahí! ¡Y de qué servirá morirse, si al fin no deja uno de existir y de acordarse de todo cuanto le pasa!

Si es que ha leido la historia del mediodia de la Europa, debe acordarse que el emperador Luis II, cautivo del duque de Benevento, debió su libertad á una cancion compuesta por sus soldados.

Debieran los griegos acordarse lo que les costó pocos años antes no guardarla á los nuestros, pues estaba á pique de perderse el imperio griego, si los Catalanes, y Aragoneses tuvieran algun príncipe que les alentára.

La naturaleza estaba dando los últimos toques a su figura, abultando la línea de su cadera, redondeando sus brazos, hinchando su seno virginal y perfilando la elipse de su rostro, sin acordarse para nada de otorgarle tres dedos más de estatura, que eran los que le hacían falta.

Era absurdo ganar de tal modo jugando tan mal. Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde dijo Atilio con gravedad. Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas palabras. Después se ruborizó, con una corrección británica, al acordarse de los extraños adornos del rosario de su amigo.

El pintor de almas se sintió al final tan conmovido como el padre. Admiraba á este viejo con cierto remordimiento. No quería acordarse de lo que había dicho contra él en otra época. ¡Qué injusticia!... Don Marcelo agarraba sus manos como las de un compañero. Los amigos de su hijo eran sus amigos. El no ignoraba cómo vivían los jóvenes.

Un día Velázquez, al despedirse, le dijo en broma, adoptando un continente grave: Soledad, tengo que comunicarte un secreto. Se fué y no volvió á acordarse de tal frase. Pero á la hija del guarda, á quien las congojas consumían, se le quedó clavada en el cerebro. No pensó en otra cosa. ¿El qué? preguntó Velázquez sorprendido. Aquello.

Pues cogió mi hombre la carta, y hecha pedazos la tiró á la cesta de papeles, no volvido á acordarse más de semejante cosa. ¡Buena tenía él la cabeza para pensar en los compromisos y apuros de nadie, aunque fueran los del mismísimo Verbo?

El tiempo es un médico que se pinta solo para curar estas cosas; y todavía he de ver yo a mi amiga más contenta que unas Pascuas, sin acordarse para nada de lo que tanto la aflige hoy. Y pronto, muy pronto... Y es preciso distraerse. ¿Sabe usted jugar al tresillo? ¿Yo? No más que el tute. Ese quiso enseñarme el tresillo; pero nunca lo pude aprender. No sabe usted bien lo torpe que soy.

De los cuarenta duros no había vuelto a acordarse Mochi, ni Reyes se atrevió a pedírselos; mas todas las noches, pasados pocos días, los de ceguedad completa para todo lo que no fuese el amor de la inglesa, al volver a casa temblando por varios motivos, iba pensando en los mil reales de la renta de la Comuña. Eso debe de haber sido». Las cavilaciones de Reyes en este punto no pasaron de ahí.

Palabra del Dia

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