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Actualizado: 12 de junio de 2025
Llegó un momento en que el frío y el dolor le apretaron tanto, que se sintió casi desvanecido, creyó morir, y elevando el espíritu a la Virgen del Carmen, su protectora, exclamó con voz acongojada: «¡Madre mía, socórreme!» Y después de pronunciar estas palabras, se sintió un poco mejor y marchó, o más propiamente, se arrastró hasta la plaza de las Cortes: allí se arrimó a la columna de un farol y, todavía bajo la impresión del socorro de la Virgen, comenzó a cantar el Ave Maria, de Gounod, una melodía a la cual siempre había tenido mucha afición.
Entregado en su estancia al pastoreo No escucha el importuno clamoreo Que eleva la ciudad, Sino cuando la patria acongojada Le demanda el apoyo de su espada Para su ley guardar. Así, cuando la horrenda tiranía De Rosas se afirmó, en su agonía La Patria le llamó: Y al escuchar su voz, se alzó cual rayo Del lado del hogar, montó á caballo Y la lanza empuñó. «A las armas, valientes!
En él mi dicha fundo, que cuando con el alma acongojada, pobre, impotente, sin amor ni gloria, busco ansioso la nada, para ahogar mi memoria, que altivos sueños del ayer me acuerda y el terrible presente me recuerda, nada puede calmar esta agonía como el amargo llanto donde encuentra mi sér vida y encanto.
Pero, me pareció tan acongojada, que si no atravesé la calle para ofrecerle mis servicios, fué porque no me tenía firme sobre mis piernas y me daba vergüenza... Explícame, pues, qué significa esta visita de tu tía a una casa donde no ha puesto los pies, desde que tú abriste los ojos.
Deshaciéndose todo en un suspiro colosal, volvió a decir: «Isidora». Esta le miró sin hablarle, fijando en la ciclópea catadura de Bou sus ojos empañados por las lágrimas. Bou sintió que su corazón se partía en una porción de pedazos, y se expresó así con acongojada voz: «Isidora, ya que usted no quiere confiarme sus penas, le voy a confiar las mías.
De como, sin esperarlo, hallose la hermosa viuda con aquel su amor, que tan acongojada la tenía.
Llegó un momento en que el frío y el dolor le apretaron tanto, que se sintió casi desvanecido, creyó morir, y elevando el espíritu a la Virgen del Carmen, su protectora, exclamó con voz acongojada: «¡Madre mía, socórreme!» Y después de pronunciar estas palabras, se sintió un poco mejor y marchó, o más propiamente, se arrastró hasta la plaza de las Cortes: allí se arrimó a la columna de un farol, y, todavía bajo la impresión del socorro de la Virgen, comenzó a cantar el Ave María, de Gounod, una melodía a la cual siempre había tenido mucha afición.
Bien merece el prestigio de casacas de seda, con una espada al cinto y un chambergo en la frente. Así podría abrir camino a cintarazos al paso de su potro que corre como el viento mientras, acongojada, desmáyase en sus brazos una dama arrancada al dolor de un convento. Y en el seno tranquilo de la noche sombría, con el ojo avizor, su fuga seguiría hasta que el nuevo sol derramase su brillo.
Antes comía muy bien, pero ahora me cuesta mucho trabajo conseguir que tome alguna cosa; un triunfo cuesta el que acepte las medicinas. Considérame: estoy muy acongojada, apenas duermo, y vivo en constante zozobra. Don Román vino a verme, y vino también tu amigo don Quintín. Es un joven muy bueno. Me preguntó si en algo podía serme útil y si necesitaba yo alguna cosa.
Apenas entró en casa, noté en su gracioso semblante cierta turbación, un estado de inquietud y desasosiego que me alarmaron. ¡Ay, Marianela, mi buena amiga, mi querida protectora, las cosas que a mí me pasan no le pasan a nadie!... Y rompió a llorar sobre mi hombro en forma acongojada y angustiosa. ¡Muchacha! ¡Me alarmas! Sosiégate, ¿Qué te pasa?...
Palabra del Dia
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