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Actualizado: 28 de junio de 2025
En cambio, la madre recobró su gesto inquisitorial, acogiendo con helada cortesía las grandes demostraciones de afecto del ingeniero. Ha sido para mí una agradable sorpresa dijo el joven . Yo no sabía que estaban ustedes aquí.... Y por debajo de la naricita sonrosada de miss Margaret revoloteaba una sonrisa que parecía burlarse de tales palabras.
Tres había vacíos en el suelo, cerca de la dama, cada vez más purpúrea y más movediza de ropas, acogiendo con grandes risotadas las hazañas toreras de su compañero.
Enterose el doctor de los propósitos del joven, poniendo freno con la exquisita benignidad del talento reflexivo a las exageraciones e instransigencias de la mocedad, y acogiendo las ilusiones y ensueños con la amable sonrisa de la duda a que le daba derecho su experiencia.
Dende ayer mañana que no he probao mas que un mendrugo y un poco de leche que me dieron en un chozo de pastor. ¡Güen apetito!... Y volvió a acometer el plato, acogiendo con guiños de ojos y un continuo mover de mandíbulas las bromas de Potaje sobre su voracidad. El picador quería hacerle beber.
Don Luis escuchaba a Gabriel, acogiendo sus palabras con gestos afirmativos. Sí; somos un pueblo gobernado por la tristeza dijo el artista . Dura aún en nosotros el sombrío humor de aquellos siglos negros. Muchas veces he pensado en lo difícil que sería entonces la existencia para un espíritu despierto. La inquisición acechando las palabras, queriendo adivinar los pensamientos.
A pesar de todo, Fabrice continuaba acogiendo amistosamente a este triste pariente y aun sacándolo de muy repetidos aprietos monetarios, y se conducía así porque en su piedad de hombre honrado consideraba que aquél era el hermano de su primera mujer, criatura que, si enojosa en vida, reposaba ya en la huesa, después porque Calvat tenía un mérito siempre grande a los ojos de un padre; el de amar a su hija divirtiéndola al mismo tiempo, porque con sus tendencias y aficiones a la mímica, le representaba escenas de Guignol, imitaba el grito de diversos animales y los sonidos de varios instrumentos: era, en suma, un farsante que, con sus mil arlequinadas, arrancaba a la niña esas infantiles carcajadas que suenan tan gratas en los paternos oídos.
Se hallaba por la tarde, como de costumbre, en el molino sentado al par de Rosa en grata y amorosa plática, cuando repentinamente se apareció por allí Tomás. Como nunca se le había ocurrido ir a aquella hora desde que Andrés frecuentaba el sitio, Rosa se inmutó muchísimo y el mismo joven se sintió también no poco turbado, aunque procuró disimularlo, acogiendo con sonrisa amistosa al molinero.
Pero, de repente, cesaron éstos de rugir, de revolverse en torno de él buscando sitio para hincar sus colmillos, y se colocaron a su lado escoltándolo y acogiendo con ronquidos de satisfacción el roce de sus manos. ¡Bárbaros! decía Rafael en voz queda, sin dejar de acariciarles. ¡Malas personas!... ¿Ya no me conocéis?
Nada de esto hubiera valido, todo se hubiera disipado como una nube de verano, si D. Acisclo, con artes maquiavélicas, no hubiera atizado la discordia, dándole pábulo con ingeniosos chismes, diestramente divulgados, y no hubiera en sazón oportuna levantado bandera de enganche, a cuya sombra se fueron acogiendo y alistando los que se creían desairados o mal pagados de sus afanes.
Cuando se cansaba de apoyar la cabeza en las rodillas de la madre, iba en busca del nuevo amigo, acogiendo como un gatito manso la caricia de sus manos en la flácida cabellera. El sueño acabó por rendirle, y Mina lo llevó a su camarote, despidiéndose de Fernando con visible contrariedad.
Palabra del Dia
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