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Actualizado: 20 de julio de 2025
Pasaba de un grupo a otro: de los «pingüinos» a las «potencias hostiles»; pero no se puede dar gusto a todos a la vez. Ahora, con las «potencias», el saludo nada más; frías y corteses relaciones de diplomacia. La última vez que me acerqué al grupo, la chilena «cuello de cisne» me dijo con una sonrisa de cuchillo: «¿A qué viene usted aquí, patero?
Me alegré; era el momento. Me acerqué a él y le dije: ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué mira usted? ¡Yo! exclamó él, sorprendido. Sí, me mira usted con una cara.... Cara de jambre, zeñorito me dijo amablemente . No ha pazao por mi cuerpo en to el día a razón de doz cuartoz de comida. Aquello me dió una ira y una tristeza profunda. El hombre me contó que estaba sin colocación; la familia y los hijos sin comer.
¿Cómo...? ¿Qué es eso...? ¿Qué hace usted aquí? El secuestrador trató de acercarse sonriendo de un modo horrible. ¡No se acerque usted o le tiro una piedra a la cabeza! dijo la heroica joven haciendo ademán de bajarse a cogerla. Elena viéndose libre se dio a correr hacia casa, dejando a su infeliz cuñada en las garras del monstruo. ¡Germán! ¡Germán! iba gritando . ¡Germán, un secuestrador!
Parecía embebida por completo en la conversación, describiendo con naturalidad sus impresiones de viaje, expresando sus opiniones con la misma indiferencia que si no mediase entre ellos más que una antigua y tranquila amistad. Luis concluyó por ponerse taciturno. Al fin tuvo resolución para decir, aprovechando un instante de silencio: Cuando me acerqué a tí estabas muy distraída. ¿En qué pensabas?
Lo que es como serie de grados que nos acerque a la perfección, no se ve el camino que nos conduzca al punto en que la superhumanidad aparezca. Ni casi con otros seres de diversa casta que el hombre acierto yo a poner jalones en dicho camino. Casi estoy por afirmar que, en lo radical y substancial, entre Dios y el hombre, no se descubre excelencia intermedia.
Al día siguiente me presenté en lo de don Eleazar, de mañana. El patio estaba lleno de gente que cuchicheaba y accionaba con animación: las puertas del escritorio cerradas. Me acerqué y golpeé los cristales: al abrirme don Anselmo, que me reconoció, dos o tres de las personas del patio se arrojaron sobre la puerta del escritorio con la pretensión de entrar.
Cuando me acerqué a ella para saludarla, me dio la mano con una mirada de tan suplicante dulzura y con una sonrisa tan triste, que todos mis malos sentimientos vacilaron. ¡Qué poder hubiera podido ejercer sobre mí si hubiera sido tal como yo la imaginaba, si me hubiera amado y las circunstancias nos hubieran unido a tiempo!
Era tan extraordinario el caso, que saqué del camarote la cabeza: ¡Eh, Palombo! ¿No cantas hoy? Palombo no respondió. Estaba inmóvil, tendido en su banco. Me acerqué a él. Castañeteábanle los dientes; la fiebre hacía temblar todo su cuerpo. Tiene una puntura me dijeron afligidos sus camaradas. Ellos llaman puntura a una punzada de costado, una pleuresía.
Cuando hubo luz en la alcoba, me acerqué a la cama del enfermo y le hablé para desentristecerle un poco y animarle. Trabajo perdido. Me agradecía mucho la intención; pero él solo sabía todo lo mal que se encontraba y lo imposible que era salir de aquel atolladero sin un milagro de Dios.
Me acerqué a algunas estancias por saber algo de cierto, creyendo que en tantos años esto se hubiera compuesto; pero cuanto saqué en limpio jué que estábamos lo mesmo. Ansí, me dejaba andar haciéndome el chancho rengo, porque no me convenía revolver el avispero; pues no inorarán ustedes que en cuentas con el gobierno tarde o temprano lo llaman al pobre a hacer el arreglo.
Palabra del Dia
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