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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Cuando vagaba al anochecer por el centro de Madrid, dejábase abordar en la Puerta del Sol y la acera de la calle de Sevilla por los vagabundos del toreo que forman corrillos en estos puntos, hablando de sus hazañas junto a los cómicos sin contrata y murmurando de los maestros con una rabia de desheredados.
Despues hizo señas á sus compañeros para que se acercasen. Vieron salir por la puerta de la pansitería un joven que miraba á todas partes y entraba con un desconocido en un coche que esperaba junto á la acera. Era el coche de Simoun. ¡Ah! exclamó Makaraig; ¡el esclavo del Vice Rector servido por el Amo del General! Muy de mañana levantóse Basilio para ir al Hospital.
Si tu savais qui est celui-lá. ¡Voto al chápiro! Si tú supieras quién es aquel. Me volví como un rayo para ver á quién señalaba, y en efecto vi que miraba á un caballero que iba por la acera de enfrente. Cuando yo me volví, el caballero pasaba ya, de modo que no pude verle sino de espaldas. Era más bien bajo, algo grueso, casi rechoncho, de patillas negras muy largas.
La señora volvia la cara de cuando en cuando, de lo cual inferimos nosotros que alguna persona interesada quedaba atrás, y así era efectivamente, segun luego vimos. En estos dares y tomares, atraviesa la acera un caballero jóven, y ambos se saludan con más afecto del que conviene manifestar en público, sobre todo cuando la mujer es casada, y muy especialmente, cuando detrás viene un carnero.
Tú no habrás leído los papeles de hoy le preguntó al detenerse en la acera . Pues bien; el Mosco ha muerto; mejor dicho, le han matado. Los esbirros han conseguido lo que deseaban. Y relató la muerte trágica de su hermano. Los diarios dedicaban al suceso unas cuantas líneas. Aquel homicidio en tierras reales no inspiraba interés.
Y ya lo sabes, es para toda la vida, porque yo no soy capaz más que de resoluciones extremas. Dicho lo cual, desasiéndose de él y dejándole confuso en medio de la acera, se alejó precipitadamente hasta entrar en el anchuroso portal de la casa donde vivía. Don Juan pasó de largo, miró con disimulo, y después de verla torcer hacia el arranque de la escalera, apretó el paso.
Su fama había llegado hasta Madrid. Los aficionados de la corte sentían curiosidad por conocer al «niño sevillano», del que tanto hablaban los periódicos y del que se hacían lenguas los inteligentes andaluces. Gallardo, escoltado por un grupo de amigos de la tierra que residían en Madrid, se pavoneó en la acera de la calle de Sevilla, junto al Café Inglés.
Disputaron con ademanes y pasos atrás acerca de quién dejaba a quién la acera; venció al fin Bonis, que insistió más, y cuya humildad era muchísimo más cierta que la del médico. Por el camino éste siguió enterándose, por que lo creyó de su deber, y Bonis siguió diciendo nada entre dos platos. Por lo demás, Aguado se sabía de memoria a doña Emma Valcárcel.
Apeóse la incógnita en el sitio indicado, y ordenando esta vez al cochero que aguardase, entró por la calle X , mirando a una y otra acera, como si inspeccionase el terreno.
Al subir la rampa del puente del Real tuvieron que apartarse del borde de la acera, limpiándose con los pañuelos de blonda el polvo que levantaban las ruedas de un carruajillo descubierto que corría con velocidad insolente, arrollándolo todo. Era la última sorpresa.
Palabra del Dia
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