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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Amenázale éste con la muerte en castigo de su osadía; pero le sorprende de tal manera el heroismo, que con este motivo manifiesta el español, que acaba por concederle la vida y la libertad.

El cargo de Gobernadorcillo y los de Teniente primero y Juez mayor son los más ambicionados, y no viéndolo, no se concibe los resortes que se mueven en ese complicadísimo engranaje municipal que empieza en las altas prerogativas del Gobernadorcillo, y acaba en el amargo servilismo del tanor de tribunal.

Que a una le pega el marido una paliza; aquí al vuelo a llorar la lástima. Que me echo yo un refajo nuevo; aquí en seguida a saber lo que me costó, y en qué tienda de la villa le compré.... Que el medio cuarterón de aceite, que los dos cuartos de hilo, que la moneda roñosa, que la fía.... Vamos, Simón, que esto es un laberiento que acaba conmigo. ¿Y nada más? díjola Simón con mucha flema.

Por consiguiente, maese Marner, como os lo decía hace un momento, las cosas tienen tantas vueltas, que os ocurren, como acaba de sucederme, que sois arrastrado hasta el último capítulo del libro de oraciones antes de volver al asunto; mi opinión es que no debéis desalentaros.

Precipítome huyendo del teatro en la literatura. Un señorón encopetado acaba de publicar una obra indigesta.

El marqués echó mano al bolsillo, y sacando la cartera y de ella un billetito de mujer, dijo con no poca solemnidad: Amparo me acaba de escribir esta carta. Deseo que te enteres de ella. Pepe no volvió siquiera los ojos para mirar el documento que su amigo le exhibía. Absorto en la tarea de atusarse el bigote con un cepillito de barba, repuso en tono distraído: ¿Y qué dice la Amparo?

Toda la narración, los diálogos ingeridos en ella, y los varios incidentes, que aquí se omiten y que de un modo tan magistral y tan hábil llevan al desenlace, interesan, conmueven y se apoderan con tal hechizo del ánimo del lector, que de seguro no deja el libro hasta que acaba de leerle. En el certamen abierto y ordenado por el Ateneo, certamen en que fueron jueces los Sres.

Y la quemaron, y apagaron el fuego con vino, y guardaron las cenizas de Héctor en una caja de oro, y cubrieron la caja con un manto de púrpura, y lo pusieron todo en un ataúd, y encima le echaron mucha tierra, hasta que pareció un monte. Y luego hubo gran fiesta en el palacio del rey Príamo. Así acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles. Un juego nuevo y otros viejos

¿El señor marqués de Sabadell ha venido? Ahora mismo acaba de entrar y está en el salón de los señores. Ahí encima debe haber una carta... Que se la entreguen en seguida.

Ya veis, señora, que cuando doña Catalina, hija de quien es, confía en , vos también debéis confiar. ¿Pero por qué no habéis ido directamente á mi tío, caballero? dijo la abadesa. El duque de Lerma acaba de darme la libertad; podía creer que yo... yo no puedo, no debo cambiar así, delante de las gentes, delante del mismo duque.

Palabra del Dia

hociquea

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