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Actualizado: 30 de junio de 2025
Yo no sé cuántas cosas le decía. Sospecho que estaba llena de repeticiones, y doy por seguro que abundaban en ella las metáforas, hipérboles, epifonemas y, en general, toda clase de tropos y figuras de dicción. Había, además, gran copia de signos de admiración y puntos suspensivos. También recuerdo que citaba una octava real de Espronceda y dos versos de Musset.
Abundaban los chilenos, venidos del otro lado de la Cordillera, para escapar después de unos cuantos días de trabajo, arrastrados por su eterna manía ambulatoria. Eran gentes inquietantes por la facilidad con que tiraban del cuchillo, sin dejar por eso de sonreir y hablar melosamente.
Pensativo además iba don Quijote por su camino adelante, considerando la mala burla que le habían hecho los encantadores, volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana, y no imaginaba qué remedio tendría para volverla a su ser primero; y estos pensamientos le llevaban tan fuera de sí, que, sin sentirlo, soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos abundaban.
En sus diversos altos y paradas, que disponía siempre aquel de los seis caciques más conocedor del terreno electoral que iba a pisarse, no encontró siempre don Simón un albergue tan placentero como el del hidalgo, ni muchos tipos que se le parecieran en la nobleza del carácter. ¡Cuánto abundaban los traficantes en votos y los especuladores en candidaturas!
Dónde vivía la protagonista El barrio de Amparo era de gente pobre; abundaban en él cigarreras, pescadores y pescantinas. Las diligencias y los carruajes, al cruzarlo por la parte de la Olmeda, lo llenaban de polvo y ruido un instante; pero presto volvía a su mortecina paz de aldea.
También abundaban allí los casuarines, o árboles de la goma, y los bambúes, que formaban extensos bosques.
Doroteo, excelente esposo, había matado á un oficial del gobierno para regalarle á ella su caballo. Al ser coronel, su generosidad marital deseó algo más. ¡Si pudiese robar un automóvil para «la vieja»!... «La vieja» era Guadalupe, que tenía entonces veintiséis años. No resultaba difícil hacerse dueño de un automóvil. Abundaban mucho en un país vecino á los Estados Unidos y con la frontera libre.
Como a toda hidalgüela, vedáronla desde temprano la lectura de los libros de caballerías, que tanto abundaban en la casa, pintándoselos como obras de pura vanidad y de sutil incitación al pecado. Por eso, tal vez, comenzó a sacarlos, uno a uno, furtivamente, de la biblioteca paterna y a saborearlos de noche, en la cama, a la luz de un velón, cuando todos dormían.
Aquí estaba enfermo nuestro santo fundador, dijo con voz meliflua y aquí fué su conversión. Pidió á la familia un libro de caballerías para entretenerse, pero como Dios tenía puestos sus ojos en él, hizo que nadie encontrase libros de tal clase y eso que abundaban en la casa.
Al volar por los aires, reflejando al sol sus tonos rubios, esmeraldas y oro y plata brillantísimos, parecen flores animadas o mariposas gigantescas. Si abundaban las plantas y los árboles, faltaban, en cambio, absolutamente los hombres. No se descubría rastro siquiera de ellos en aquellas orillas. ¿Se hallaban los náufragos en una costa desierta?
Palabra del Dia
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