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Yo no me justificaré jamás de acusaciones tan absurdas dijo levantándose con indignación la de Lemos y volviendo la espalda á la abadesa. Pero escuchad, mi querida Catalina dijo la abadesa. ¡Adiós! exclamó la de Lemos, y salió dando un portazo.

Y cuantos más esfuerzos hacía para sujetar su imaginación y enderezarla á un resultado práctico, más se turbaba y más se perdía en un piélago de lucubraciones absurdas. Lo único que vió claro fué la imposibilidad de intentar por su cuenta nada con el conde. Era necesario darles aviso á ellos; pero ¿en qué forma y por qué medios? Después de mucho vacilar, se resolvió á ir él mismo á la Segada.

Sus opiniones acerca de los instintos y carácter de los animales domésticos eran igualmente absurdas. Al paso que exageraba hasta lo indecible el poder y la fiereza de las gallinas, huyendo de ellas con gritos de terror, guardaba simpatía viva y profunda hacia los gatos, la cual no pudo destruirse con los frecuentes arañazos que estas ingratas criaturas infligían sobre sus tiernas manecitas.

Castro le dirigió una mirada fulminante; pero, o no la vió, o se hizo como que no la veía. Esperancita frunció el entrecejo y contestó secamente que no se acordaba con precisión. Esto bastaría para que cualquiera se diese por advertido. Ramoncito no se dió. Antes quiso prolongar la conversación con frases absurdas o insustanciales.

Entre la hez del pueblo de Madrid fué muy famoso el sastre Juan Calvo y Vela con su Mágico de Salerno, cuya primera parte, plagada de las invenciones más absurdas, fué tan aplaudida, que compuso luego otras cuatro más extravagantes aún que la primera, si esto era posible.

El afán que siente todo cuentista de amplificar y abultar los sucesos, para tener en suspenso a sus oyentes, les hizo lanzarse de buena fe en las más absurdas exageraciones, ensalzando los méritos del director del combate. «¡Qué Maltrana tan corajudo!... ¡Qué tigre

Después de una ausencia de muchos años, durante los cuales nadie ha logrado traerte al buen camino, ahora vuelves a España sin más objeto que hostigarme con pretensiones absurdas a que mi dignidad no me permite acceder. Harto he hecho por , y ahora mismo, cuando me has manifestado tu situación, te he propuesto un medio decoroso de remediarla. ¿Qué más puedo hacer?

Ferragut avanzó por una calle solitaria, entre dos filas de árboles de fresco trasplante, que empezaban á dar su primer estirón. Miraba las fachadas de las «torres», hechas de bloques de cemento imitando la piedra de las viejas fortalezas, ó con azulejos que representaban paisajes de ensueño, flores absurdas, ninfas azuladas. Al descender del tranvía había adoptado una resolución.

Recordaba á Balzac y á otros escritores imaginativos, que poblaron su vida práctica de absurdas concepciones, aceptándolas como realidades. Además, ¡quién sabe si era «la loca de la casa» la que había hecho que este hombre del país de los olivos y las cigarras conquistase con tanta rapidez la vieja ciudad dormida y sin ensueños!...

A pesar de que Ojeda, en vista del aspecto de su compañero, estaba preparado para las peticiones más absurdas, no pudo reprimir su sorpresa... ¿Pistolas de desafío?... ¿Es que «por casualidad» viajaban las gentes con una caja de ellas en el equipaje?... Maltrana se excusó.