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Actualizado: 20 de junio de 2025
Diome a mí gran risa de ver en lo que ponía la soldadesca, y eché de ver que era algún picarón gallina, porque ya entre soldados no hay costumbre más aborrecida de los de más importancia, cuando no de todos. El ermitaño le dijo: -Y ¿dónde dejó V. Md. el saco de Amberes, que ese me parece de las Navas-, y que sería de más abrigo el de Amberes.
Mis respuestas bruscas, mi mal humor, y la terquedad con que le rebatía, lejos de enemistarle conmigo, apretaban más los lazos de aquella simpatía que desde el primer día me manifestó; y al fin no puedo negar que me sentía inclinado hacia hombre tan raro, verificándose el fenómeno de considerar en él como dos personas distintas y un solo lord Gray verdadero, dos personas, sí, una aborrecida y otra amada; pero de tal manera confundidas, que me era imposible deslindar dónde empezaba el amigo y dónde acababa el rival.
Yo que creí que era Manrique... ¡Ay de mí! Todavía me estremezco. Por él me aborrece ya. JIMENA. ¿Don Manrique? LEONOR. Sí, Jimena. JIMENA. ¿De vuestro amor dudará? JIMENA. ¿Siempre llorando, mi amiga? No cesas... LEONOR. Llorando, sí; yo para llorar nací; mi negra estrella enemiga, mi suerte, lo quiere así. Despreciada, aborrecida del que amante idolatré, ¿qué es ya para mí la vida?
En efecto, el pequeño cortaplumas, de que la costurera se había valido para asesinar a su pérfido amante, atravesó la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta. En cuanto a la carne aborrecida del seductor, había quedado enteramente incólume. No poco se alegró éste de volver al gremio de los seres vivos.
Nó; llegará un dia, que acaso en el reloj del tiempo suena, en que la fuerte mano del hombre llegue en tí á posarse ardiente, y entónces, á su impulso soberano, una existencia en tí quizás aliente. Entónces, ya con vida, tal vez tu masa para el mundo sea muro de una prision aborrecida, humilde signo de potente idea.
»Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora, que no era más de aquello que bastó para acreditar su embuste; y, lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones, en tanto que la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer creer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad. »Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía.
Dejó la cartera sobre la chimenea y sombría, con la carta en la mano, se sentó, reflexionando profundamente en el concurso singular de circunstancias que conducía bajo su techo al hijo del que ella odiaba implacablemente. Poco á poco su vista cayó sobre la hoja de papel cubierta con la letra aborrecida y leyó maquinalmente: "Querido hijo mío; mi viaje empieza bien.
MANRIQUE. Si fuera verdad, mi vida y mil vidas que tuviera, ángel hermoso, te diera. LEONOR. ¿No te soy aborrecida? MANRIQUE. ¿Tú, Leonor? ¿Pues por quién así en Zaragoza entrara, por quién la muerte arrostrara sino por ti, por mi bien? ¿Aborrecerte! ¿Quién pudo aborrecerte, Leonor? LEONOR. ¿No dudas ya de mi amor, Manrique? MANRIQUE. No, ya no dudo. Ni así pudiera vivir; me amas, ¿es verdad?
Le causaba horror; mas por lo mismo volvió a mirar la aborrecida imagen, porque el odio tiene también sus embebecimientos. No bastaba destinar al fuego la cartulina. Era preciso descuartizar primero al reo. La marquesa rompió en menudos pedazos el retrato. ¡Cómo se reía entonces Beethoven! Su alegría era como la de Mephisto disfrazado de estudiante.
Poldy había luchado, durante algunos meses, en espantosa indecisión, entre el amor que Isidoro le inspiraba y los deberes más o menos artificiales, que la ligaban a su patria, a su familia y a la alta clase a que pertenecía. Por último, el amor triunfó en el alma de Poldy, mas no para quedarse en Austria desdeñada y aborrecida de sus hermanos y parientes. No: esto era imposible.
Palabra del Dia
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