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Actualizado: 26 de junio de 2025
En esto se asomó el maestro de primeras letras del lugar, y dixo á los muchachos que ya era hora de entrar en la escuela. Ese es, dixo Candido, el preceptor de la familia real. Los chicos del lugar abandonáron al punto el juego, y tiráron los tejos, y quanto para divertirse les habia servido.
Abandonaron la caldera, que rodó hasta la llanura chocando de roca en roca, y con el corazón oprimido por la angustia y la frente bañada en frío sudor, atravesaron la última línea de rocas y bajaron hacia la playa. El Capitán no se había equivocado: en el campamento reinaba el desorden más espantoso.
En cuanto pisó el despacho del antiguo periodista las fuerzas le abandonaron por completo. Dejose caer en un diván, y los sollozos, largo tiempo comprimidos, estallaron, amenazando romperle el pecho. A los ojos de Rivera brotaron también las lágrimas y, sentándose al lado de su desdichado amigo, le dirigió tímidas palabras de consuelo. Bien sabía que para aquel dolor no había consuelo posible.
Pobre y hambriento me abandonaron, y después de setenta años me encuentro igual en el mismo sitio. ¡Hermoso porvenir...! Sea usted honrado, trabaje usted mucho, para verse arruinado, sin otro recurso que pedir limosna en la puerta de San Juan a los hijos de mis amigos.... ¡Ay, mi pobre tienda...! Ha naufragado el barco, y el capitán debe morir. ¿Dónde está la veleta...? ¿Se la han llevado...? ¡Qué aprisa anochece...! ¡Cómo me rueda la cabeza...! ¡Viejo, que te caes...! ¡Señor...! ¡Señor...! ¡Así!
Por esta misma escrupulosa observancia de las constituciones escritas, observamos que la referida congregacion de Aquisgran inculca en muchos de sus cánones ó capítulos preceptos que desde los tiempos mas remotos vienen puestos en práctica en los monasterios españoles , y que los monges de otros paises de todo punto abandonaron.
Creímos algunos que por ese lado iba a hallarse la villa un buen remiendo para su capa; pero después de algunos trabajos preparatorios y una explotación somera de la mina, la abandonaron los explotadores, o mejor dicho, se la vendieron por cincuenta mil reales a tres sujetos de aquí.
Muchos pasajeros abandonaron el comedor apresuradamente. Había que ver la partida del emisario, su vuelta a los dominios oceánicos para dar cuenta al dios de la comisión realizada. Amontonóse la gente en las bordas del paseo. El Océano estaba iluminado con fantásticos reflejos: era blanco, después verde, y al final rojo.
Poco después, cuando las personas reales y la grandeza abandonaron el Salón, salieron aquellos con su canasto, y en los aposentos de la repostería les esperaban los fondistas de Madrid o bien otros singulares negociantes para comprarles todo por unos cuantos duros. Mientras duró la comida, las graciosas espectadoras no cesaban en su charla picotera.
Maltrana, que iba de una mesa a otra para charlar con sus «queridos amigos», aceptando una copa aquí y bebiendo media botella más allá, se fijó en los ojos de Maud. Pero ¡cómo mira esa señora!... ¡Ni que se lo fuese a comer!... Desde una mesa cercana los espió con cierta envidia. Cerca de media noche abandonaron sus asientos.
Echaron los dos a correr. Sonaron varios tiros. Ambos llegaron ilesos al cementerio. De aquí ganaron pronto el camino de Logroño. Ya fuera de peligro, miraron hacia atrás. El pañuelo seguía en la muralla ondeando al viento. Briones y sus amigos recibieron a Martín y a Bautista como a héroes. Al día siguiente, los carlistas abandonaron Laguardia y se refugiaron en Peñacerrada.
Palabra del Dia
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