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Actualizado: 19 de julio de 2025
Usaba larga melena, poseía dos estirados ojos semimongólicos, y en la calle marchaba con lentitud y majestad, mirando al público desde las alturas del Parnaso. Siempre llevaba una caña de la India con puño de oro y marfil, como lleva San José en los altares su vara de azucenas, entre el pulgar y el índice de la mano derecha, levantada a la altura del codo.
Classicos portugueses, pág. 289, tomo IV. Lisboa, 1843. Encuéntrase en el Índice expurgatorio, impreso en Valladolid en 1549, lo cual no deja de ser importante, porque demuestra que las piezas de Gil Vicente se habían extendido por España.
Se detuvo Leonora, y amenazándole graciosamente con el índice, añadió: De lo contrario, seré todo lo ingrata y cruel que usted quiera; pero a pesar de la hermosa acción de esta noche, usted no entrará más aquí. No quiero adoradores: he venido buscando reposo, amigos, tranquilidad... ¡El amor! ¡hermosa y cruel patraña!...
Pero lo dijo con una vacilación que no escapó á la viva inteligencia de la niña; la cual, bien sea movida por su ordinaria petulancia, ó porque un maligno espíritu la inspirara, levantando el dedito índice y tocando la letra escarlata, exclamó con acento de convicción: No;
Era indudable que don Alejandro estaba en su gabinete... hasta creyó percibir su voz momentos después; su voz algo destemplada, por cierto. «¡Caray, caray, qué desmayos!» Volvió a aparecer Catana. Con un gesto bravío le reprendió su atrevimiento de colarse hasta allí, y con otro no más dulce y un ademán adecuado, le mandó que pasara al gabinete que le señaló con el índice cobrizo.
Debido á inexplicable motivo, al sentir Arturo Dimmesdale que las miradas de la niña se clavaban en él, se llevó la mano al corazón con el gesto que le era tan habitual y que se había convertido en acción involuntaria. Al fin, tomando cierto aspecto singular de autoridad, Perla extendió la mano señalando con el dedo índice evidentemente el pecho de su madre.
Luego la advirtió con voz lenta, un índice en alto y el acento imperativo, que en adelante cuidase de volver sola de la fábrica, pues de lo contrario sabría quién era él. Y sola volvió durante toda una semana. Tonet le tenía cierto respeto al señor Batiste, y se contentaba con emboscarse cerca del camino, para ver pasar á la hilandera ó seguirla después de muy lejos.
Aquí se sonrió Sagrario, contó con los ojos y con el pulgar y el índice de su mano izquierda las varillas de su abanico abierto; y sin cesar en este entretenimiento ni mirar derechamente a su interlocutora, la replicó con acento de indiferencia: Después de todo, ¿qué más le da? ¡Pues me gusta!...
En esto llega el señor empleado del Índice, silencioso siempre como un pez, y en lugar del libro le entrega de nuevo la papeleta. El sabio en estado de crisálida no sabe lo que aquello significa y da vueltas entre sus dedos al papel hasta que percibe dos palabritas de distinta letra debajo de su petición: no consta.
Roberto le lanzó una mirada tímida, desesperada, como un niño. Luego se inclinó hacia el cadáver, lo levantó y lo puso en la cama rechazando con el pie la parihuela destrozada. En seguida se sentó junto a ella, a la cabecera, y maquinalmente enrollaba en su dedo índice un mechón de la suelta cabellera. El viejo comenzó a temer por la razón de su hijo. Roberto dijo acercándose a él.
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