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Con la noticia de este segundo desgraciado suceso, determinó el mismo corregidor enviar todas las milicias de su provincia, que marcharon bajo la conducta del capitan D. Santiago Vial, y al llegar á Juli reconoció el sangriento estrago de todos los vecinos de aquel pueblo, que pasaban por españoles, cuyos bienes habian saqueado, sin librarse el sagrado de los templos del furor y la profanacion, tomando despues los rebeldes por asilo las cumbres de las montañas inmediatas.

En esta crítica situacion, se mandó á los tenientes de fusileros de las milicias de Puno, D. Martin Sea y D. Evaristo Franco, que con sus respectivos piquetes acometiesen bruscamente á los enemigos en el parage donde habian colocado la bandera, lo que egecutaron con mucho riesgo; pero ayudados del vivo fuego que les hicieron, lograron rechazarlos en breve rato de aquel puesto: y para que los nuestros le mantuviesen contra los nuevos refuerzos y socorros que les oponian los contrarios, fué preciso destacar al capitan D. Santiago Vial, con otro piquete de fusileros, á fin de que los reforzase; con lo cual no solo contuvieron á los indios, sino que los apartaron á una considerable distancia, quedando dueños de una situacion tan importante.

Se hacia sensible este accidente por la falta que podia hacer para la defensa del pueblo: pero sin embargo se envió una compañia de fusileros con el capitan D. Santiago Vial, únicamente para sostener la retirada de la caballeria, la que se consiguió felizmente, cubriendo esta operacion con el fuego del fusil, de cuyas resultas tuvieron los contrarios 30 muertos y muchos heridos, y de los nuestros solo lo fueron levemente D. José Antonio Castilla, cacique de Pomata, y un soldado de su compañia.

Retiradas como queda espuesto las milicias de Chucuito hasta su capital, el capitan D. Santiago Vial, consultó á la Junta de Guerra, establecida en Puno, si deberia seguir su retirada, hasta incorporarse en aquella villa con las demas tropas, mantenerse en defensa de la ciudad, en caso de ser atacados por los enemigos, que desde el Desaguadero y Cepita, continuaban la conquista de toda la provincia, y para este caso pedia se le socorriese con municiones de guerra.

Al entrar los nuestros en la poblacion, encontraron las plazas y calles inundadas de sangre, y arrojados los cadáveres por todas partes, sin hallar quien les diese razon alguna de aquel funesto espectáculo: hasta que el ruido de algunos fusilazos que dispararon á los indios que descendian á las faldas de unos cerros para incomodarlos, hicieron salir á los curas y algunos mas que pudieron escapar, metidos en los lugares mas ocultos; y asegurado el capitan Vial de que no quedaban otros escondidos, recogió su gente y salió de nuevo á la campaña con todos los que habian tenido la felicidad de libertarse de la cuidadosa solicitud de los indios, y continuó retrocediendo hasta las cercanias de Ylabe, desde donde participó cuanto le habia ocurrido, y en su consecuencia se determinó en junta de guerra que siguiese su retirada: pero él no obedeció, hasta que le obligaron los muchos indios del pueblo de Acora, que improvisamente se declararon por el usurpudor, cuya novedad precisó á Orellana á que acudiese con un cuerpo de tropas de su mando, solo para sostenerle la retirada, porque las justas atenciones de su capital no le permitian otra cosa, ni menos estar ausente de ella por mucho tiempo.