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Y así venía la noche en que los temores, adquiriendo doble proporcion, parecían convertirse en realidades. Julî temía el sueño, temía dormirse, pues su sueño era una continuada pesadilla. Miradas de reproche traspasaban sus párpados tan pronto como los cerraba, quejas y lamentos barrenaban sus oidos.

El único que le pudo dar la libertad fué el P. Camorra, y el P. Camorra se había mostrado mal satisfecho con palabras de gratitud y con su franqueza ordinaria había pedido sacrificios... Desde entonces Julî evitaba encontrarse con él, pero el cura le hacía besar la mano, la cogía de la nariz, de las mejillas, le daba bromas con guiños y riendo, riendo la pellizcaba.

Cuando supo que Basilio se había ido á Manila para sacar sus economías y rescatar á Julî de la casa en donde servía, creyó la buena mujer que la joven se perdía para siempre y que el diablo se le iba á presentar bajo la forma del estudiante. ¡Fastidioso y todo, cuánta razon tenía aquel librito que le había dado el cura! Los jóvenes que van á Manila para aprender, se pierden y pierden á los demás.

Todas las mujeres le guiñaban para que lo vendiese menos la Penchang que temiendo rescatasen á Julî observó devotamiente: Yo lo guardaría como reliquia... Los que vieron á María Clara en el convento la hallaron tan flaca, tan flaca que dicen, apenas podía hablar y se cree que morirá como una santa... El P. Salví habla muy bien de ella como que es su confesor.

Aquel relicario tenía su historia: lo había dado una monja, la hija de Capitan Tiago, á un lazarino; Basilio, habiéndole asistido á éste en su enfermedad, lo recibió como un regalo. Ella no podía venderlo sin avisárselo antes. Se vendieron corriendo las peinetas, los aretes y el rosario de Julî á la vecina más rica, y se añadieron cincuenta pesos; faltaban aun doscientos cincuenta.

Dejaron pasar los enemigos éste destacamento hasta la misma ciudad, pero fué con cautela, porque inmediatamente ocuparon un desfiladero inevitable, para hacer mas dificil su retirada, lo que advertido por el Comandante, al tiempo que estaba reuniendo á todos los que habian quedado en Chucuito, le fué preciso retroceder con aceleracion, y sin embargo se vió obligado á abrirse el paso á viva fuerza: en cuya accion perdió algunos soldados, sin poder evitar el estrago que los rebeldes hicieron en los que procuraban salvarse al abrigo de este socorro, en cuya ocasion perdió tambien la vida el cura de la iglesia de Santa Cruz de Juli, que pudo evitar el primer riesgo de perderla, en la conmocion de su pueblo.

Julî no contestó y ambas mujeres bajaron. En la calle, la joven se negó tenazmente á ir al convento y se retiraron á su barrio. Hermana Balî que se sentía ofendida de la falta de confianza yendo con ella, se vengaba endilgándola un largo sermon. La verdad era que la joven no podía dar aquel paso sin condenarse á misma, sin que la condenen los hombres, ¡sin que la condene Dios!

El día era una tregua, Julî confiaba en algun milagro; las noticias que venían de Manila, si bien llegaban abultadas, decían que de los presos algunos habían conseguido su libertad gracias á padrinos y á influencias... Alguno tenía que salir sacrificado, ¿quién sería? Julî se entremecía y se retiraba á su casa mordiéndose las uñas de los dedos.

Y el abuelo lloraba, hablaba de ahorcarse y dejarse morir de hambre. Si te vas, decía, vuelvo al bosque y no pongo los piés en el pueblo. Julî le calmaba diciendo que era menester que su padre volviese, que ganarían el pleito y pronto la podrían rescatar de la servidumbre.

El consejo de hermana Balî fué admitido y la misma se encargó de hablar con el escribiente; Julî le dió cuatro reales y añadió pedazos de tapa de venado que el abuelo había cazado. Tandang Selo se dedicaba de nuevo á la caza. Pero el escribiente nada podía: el preso estaba en Manila y hasta allí no llegaba su poder.