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Para Juan era una fiesta ir a pasar los domingos y los días festivos en el antiguo hotel de los Aubry de Chanzelles, situado en la calle Vaugirard, frente al jardín del Luxemburgo. Pero el principal atractivo que encontraba allí, era la presencia de los niños de Aubry, Jaime y María Teresa.

Si, por acaso, Juan no podía salir de la fábrica, la presencia de sus primos Bertrán y Diana Gardanne no bastaba a consolar a los niños de la ausencia de su gran camarada, tan ansiosamente esperado, y que tenía el secreto de divertirlos sin contrariarlos jamás. Se entristecían y no jugaban. Bien pronto, para complacerlos, Juan fue llevado más a menudo al hotel de la calle Vaugirard.

Bajo el imperio de este sentimiento, saturado de prudente indecisión, el joven concurría cada vez más irregularmente al hotel de la calle Vaugirard. María Teresa parecía cambiada también; no estaba ya alegre; su tristeza, justificada por la enfermedad persistente del señor Aubry, corroboraba las reflexiones desesperantes de Huberto.

Cuando a pesar de ello procuraba escaparse, fue detenido frente a los Inválidos al intentar atravesar el río. Conducido a Vaugirard se le encerró en una cueva por algunas horas. Después fue reclamado y salvado por el jardinero de un pariente suyo, quien, estando de oficial municipal de la Commune, le reconoció casualmente.

Su sensatez la inducía a escuchar la voz de la razón que le aconsejaba no precipitar su elección, no apresurarse a contraer compromiso bajo la influencia de la atracción innegable que sentía hacia aquel joven. Los Aubry de Chanzelles habían regresado a París hacía un mes. Ocupaban un antiguo palacio de la calle Vaugirard.

Lo mandó edificar el poderoso cardenal de Richelieu, que fijó en él su residencia, hasta que terminaron el Palacio Real. Posteriormente, esas paredes silenciosas dieron alojamiento á un huésped más ilustre aún. Bonaparte, elevado á primer Cónsul, habitó ese palacio durante seis meses. Fué su morada el entresuelo de la derecha, entrando por la calle de Vaugirard.

Un día que su hijo venía de la calle Vaugirard trayendo muy malas noticias, le dijo: Mi querido Huberto, hay que acabar y no eternizarnos en esta situación. Si no te decides a solucionar las cosas, podemos ser sorprendidos por los acontecimientos y vernos en la imposibilidad de esquivarnos. Mientras más esperes, más difícil será eludir las responsabilidades que te amenazan.

¿Dónde están los licenciados de presidio? ¿Los hay en Vaugirard? No, señora, en el departamento del Sena no hay ninguno. ¿Los hay en Saint-Germain? No. ¿En Compiègne? No. ¿En Corbeil? . ¿Cuántos? ¿Usted espera cogerme en falta? Con eso cuento. Pues bien, hay cuatro. ¿Sus nombres? ¡Vamos, César! Rabichon, Lebrasseur, Chassepie y Mantoux. ¡Toma!