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Por él supe el estado de salud de Magdalena, y ella, sin duda, supo también que nada tenía que temer en cuanto a la vida del viajero; pero eso fue todo. Nada le diré a usted de aquel viaje, el más hermoso y el menos aprovechable que jamás he hecho. Siéntome, como humillado, cuando pienso que hay países en el mundo en los cuales he paseado tristezas tan vulgares y vertido lágrimas tan poco viriles.

El bufón se sentó en un taburete de pino, y dijo á Quevedo: Ahora podemos hablar de todo cuanto queramos: mi aposento es sordo y mudo. Sentáos en ese viejo sillón, que era el que servía al padre Chaves para confesar al rey don Felipe II. Siéntome aunque me exponga á que se me peguen las picardías del buen fraile dominico dijo Quevedo sentándose.

Pues hablemos. Pero no á obscuras. Quevedo abrió su linterna. Gracias, mi buen caballero dijo la de Lemos ; ahora sentáos y escuchadme. Siéntome y escucho. Oíd. Doña Catalina y Quevedo, inclinados el uno hacia el otro, empezaron á hablar en voz baja.

En cierto momento al volver el rostro y al advertir, a distancia, la presencia de Ramiro, hizo un gesto de asombro y se dirigió a saludarle: Enhorabuena exclamó, alargando los brazos. Grata señal es ésta; pero, ¿por qué tan esquivo? Todos aquellos señores están golosos de ver y escuchar a vuesamerced. Siéntome, señor, harto mohíno y sin fuerzas.

Movido a la vez por un sentimiento de vergüenza y de gratitud, balbuceaba encendido el rostro: Señor, yo... yo bien quisiera darle las gracias como se merece... mas no encuentro palabras. Siéntome confundido y avergonzado de mis estúpidas desconfianzas... ¿Cómo podría yo demostrarle mi agradecimiento y merecer su perdón?...