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El P. Gil, con mano trémula, iba cumpliendo su piadoso oficio, mientras el último vástago de la casa Montesinos yacía sin conocimiento, con la terrible palidez de la muerte impresa en sus facciones. Cuando estaban a punto de terminar, serenose un tanto el pecho del enfermo. Poco después abrió los ojos y paseó una mirada de sorpresa y aun de espanto por la estancia. Tornó a cerrarlos.

La melancolía, que tanto le atormentaba, se fue templando, serenose su espíritu, fue adquiriendo más firmeza en el trato de la gente y más seguridad de mismo, y ciertos accesos de humor negro, de rabia y desesperación que sin causa alguna le acometían de raro en raro y le hacían aparecer ante los criados como un epiléptico, desaparecieron por completo.

Este plan consistía en dar la voz de alarma a Clementina y arrancarla la promesa de librar sus fondos de la quema, si es que la había, anclando a su propio dote. Fiando mucho en su diplomacia y en el temperamento desprendido de su amiga, serenóse un poco.

Por eso no he dado a la estampa los sáficos aquellos que te gustaron tanto, la odita al Pedregoso. Mira, Rodolfo: no hablemos más de esos bellacos. Serenóse don Román, sacó la tabaquera, tomó un polvo, y, quitándose las gafas, me dijo en tono cariñoso: Vamos: ¿qué piensas hacer? ¿Sigues los estudios, o te quedas en tu tierra, y en tu casa, para buscarte la vida? Hablé ya con tus tías.

Reprimiose, sin embargo, doña Guiomar, dominó su corazón, contuvo las lágrimas que a los ojos se la salían, serenose, y dijo a Florela: Y bien mirado, ¿qué es de todo esto lo que a me importa?

Si cantase, el rayo único de su voz hubiera penetrado en el alma penumbrosa de Belarmino, como penetra un solo haz de los rayos del sol a través de la ojiva en una iglesia. Luego, serenóse el tiempo. Era la sazón otoñal, de color de miel y niebla aterciopelada y argentina, a manera de vello, con que la tierra estaba como un melocotón maduro.