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Pero, ¿es que la Xuantipa estaba infiel al pobre Belarmino? Yo lo ignoraba. Ganas, quizás no le faltaban. Lo que digo es que, como Belarmino no sabía curar a su mujer, cuando la tenía, con jarabe de fresno, que no hay melecina mejor pa las mujeronas, pues, la fija, que su mujer le tenía a él siempre atosigao, y pa curarlo, pues, ya sabe usté, le ponía en los lomos cada cataplasma de estaca....

Supo el mal, y tomóla y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas.

Dijimos al fin que nos dolían las tripas y que estábamos muy malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres días, fiados en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscaría el remedio. Mas ordenólo el diablo de otra suerte, porque tenía una que había heredado de su padre, que fue boticario.

Y ¿eso más? dijo doña Clara . Por vida del Tiniente, mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbuncos, y niña del cielo, que es lo más que puedo decir. Dénle, dénle la palma de la mano a la niña, y con que haga la cruz dijo la vieja , y verán qué de cosas les dice; que sabe más que un doctor de melecina.

Un mozo se presentó, no poco alarmado con el estrépito. ¿Qué demonios se puede tomar aquí para quitar la sed, que no se parezca á esa melecina condenada que me has dado? le preguntó el mayorazgo, señalando el estrellado sorbete. Lo que usted pida, señor contestó el otro, luchando por contener la risa. Pues tráete ... media de tinto. ¡De tinto! ¿Cómo? ¿Cómo? En sangría.