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Mientras cantaban las fuentes en Versalles entre ninfas de mármol, y los caballeros de Luis XIV mariposeaban, con sus trajes multicolores, impúdicos como paganos, en torno de las bellezas pródigas de sus cuerpos, la corte de España, vestida de negro, con el rosario al cinto, asistía al quemadero y se ceñía la cinta verde del Santo Oficio, honrándose con el cargo de alguacil de los achicharradores de herejes.

Y describía á la princesa ideal, sin perdonar el detalle de sus trajes, sus carrozas y los galanes que mariposeaban en torno de ella. Un día, en un sarao de la corte, cuando más llamaba la atención por su hermosura y su elegancia, danzando con el hijo de otro rey, los cortesanos lanzaron un grito de horror.

Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sabía qué pensar de su porvenir y vivía como una enfermera junto al padre, ignorando cuál podría ser su suerte, volviendo la espalda a los jóvenes chuetas que mariposeaban en torno de ella atraídos por los millones de don Benito, presentábase el noble Febrer, como un príncipe de cuento de hadas, para hacerla su esposa. ¡Qué bueno es Dios!... Se veía en aquel palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los canónigos durante las horas dormidas de la tarde, atraídos por la campana de coro.

Giraban los ventiladores, y sobre las negras filas de pechos femeninos mariposeaban los abanicos con incesante aleteo. Maltrana fijó su mirada entre las dos columnas de la plataforma, allí donde ordinariamente había una especie de mostrador encristalado lleno de tarjetas postales y «recuerdos de viaje» que vendía el mozo del salón encargado de la biblioteca.