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Esto ya está visto. ¿Si fuésemos a visitar algo más interesante?... Su pasaje por las calderas fue breve; las hornallas en fila expelían un calor infernal. Asomáronse a un departamento negro, en el cual se agitaban varios hombres medio desnudos, con un gorrito blanco en la cabeza.

¡Se encuentra a centenares indias encorvadas bajo el peso y el volumen de las ollas, cántaros, hornallas, etc., de barro cocido, que llevan a la espalda; vienen solas, de más lejos aún que los porqueros, y después de dos o tres meses de marcha, vuelven a su pueblo con un beneficio de un par de pesos fuertes!

Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas donde echan el carbón para el vapor los hombres tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene delante el palacio donde los soldados mancos y cojos cuidan la sepultura de piedra de Napoleón, rodeada de banderas rotas: ¡y en lo alto del palacio, la cúpula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la Explanada de los Inválidos.

Los marineros, desnudos de medio cuerpo, con una bolsa sujeta en la cabeza, cayéndoles sobre la espalda como un inmenso capuchón, bajan a tierra, reciben en el espacio comprendido entre el cuello, el hombro y el brazo izquierdo, una cantidad increíble de astillas, las sujetan con una cuerda amarrada en la muñeca de la mano libre, y cediendo bajo el peso, trepan laboriosamente al vapor y arrojan su carga junto a las hornallas.

Además, la mitad de la enorme caldera llega a la cubierta de pasajeros y el comedor está situado precisamente arriba de las hornallas. Agréguese que el vapor es de carga, que no hay baño a bordo, que el servicio es detestable, y se tendrá una idea del simpático esquife que se deslizaba por el caño de Barranquilla en busca del ancho Magdalena.

Además, allí la cosa será más rápida». Miré en torno; había un miedo tan francamente repugnante en algunas caras, que resolví ceder a la curiosidad, y después de haberme cerciorado de que, si bien no avanzábamos, no retrocedíamos ya, descendí a la región infernal. Las hornallas estaban rojas y las calderas gemían como Encélado bajo la tierra.

El capitán Maal tiene horror a echar cabo a tierra, y pretende a toda fuerza pasar sólo con el auxilio de la máquina. Y así diciendo, tocaba desesperadamente una campana aguda pidiendo leña, más leña, en las hornallas.