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En el ajedrez, el rey y la reina se mueven con el mismo propósito: dar jaque-mate al otro reinado; es la lucha del matrimonio de monarcas blancos contra el matrimonio de monarcas negros. La lucha es clara, simple, aparte la complejidad de los accidentes de la batalla ajedrecista. No ocurre así en la vida.

La formación permanente es una estrategia que debemos todos adoptar si queremos seguir adelante y ser competitivos. Esta tarea ya es bastante difícil en un contexto de habla inglesa. Si a esto añadimos la complejidad traída por la comunicación a un ciberespacio multicultural y multilingüe, la tarea se hace aún más exigente.

El sentido delicado de la belleza es, para Bagehot, un aliado del tacto seguro de la vida y de la dignidad de las costumbres. «La educación del buen gusto agrega el sabio pensador se dirige a favorecer el ejercicio del buen sentido, que es nuestro principal punto de apoyo en la complejidad de la vida civilizada». Si algunas veces veis unida esa educación en el espíritu de los individuos y las sociedades, al extravío del sentimiento o la moralidad, es porque en tales casos ha sido cultivada como fuerza aislada y exclusiva, imposibilitándose de ese modo el efecto de perfeccionamiento moral que ella puede ejercer dentro de un orden de cultura en el que ninguna facultad del espíritu sea desenvuelta prescindiendo de su relación con las otras.

Si descuida las obligaciones de su empleo, echa inevitablemente su ancla al azar, con la esperanza de que aquello que no ha hecho no tendrá la importancia supuesta. Si traiciona la confianza de un amigo, adora esa misma complejidad sutil que llama al azar, que le da esperanza de que ese amigo no lo sabrá jamás.

Aunque muy lentamente, porque la Iglesia, prohibiendo la duda y la curiosidad para preservar sus dogmas, ha mellado los aguijones que empujan a los hombres a buscar, investigar y averiguar para saber, el entendimiento humano ha seguido creciendo siempre en amplitud y en complejidad, con disminución consecutiva y paralela del miedo a las brujas, duendes, diablos y basiliscos, y el último traje o catecismo de terrores y esperanzas imaginarias, confeccionado con las revelaciones de los profetas y de los apóstoles, llega, también, a quedarle estrecho.

Pero dentro de la misma complejidad de nuestra cultura; dentro de la diferenciación progresiva de caracteres, de aptitudes, de méritos, que es la ineludible consecuencia del progreso en el desenvolvimiento social, cabe salvar una razonable participación de todos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida en ciertos intereses del alma, ante los cuales la dignidad del ser racional no consiente la indiferencia de ninguno de nosotros.

En nuestros tiempos, la creciente complejidad de nuestra civilización privaría de toda seriedad al pensamiento de restaurar esa armonía, sólo posible entre los elementos de una graciosa sencillez.

Venía después el asalto; la carta o la declaración verbal. Aquí desplegaba nuestro general una osadía y un arrojo singulares que, contrastaban notablemente con la prudencia y habilidad del cerco. Esta complejidad de aptitudes ha caracterizado siempre a los grandes capitanes, Alejandro, César, Hernán Cortés, Napoleón.