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Don Evaristo llegó en coche a eso de las cuatro muy animado, y le mandó que le hiciera un chocolatito para las cinco. Esmerose ella en esto, y cuando el buen señor tomaba con gana su merienda, le dijo entre otras cosas que, si seguía mejor, al día siguiente hablaría con Juan Pablo, planteándole la cuestión resueltamente. «Y también te digo una cosa.

Ya me acostumbré a verte por aquí.... Oye: ¡se me olvidaba! ¿Quieres tomar chocolate? ¡Con franqueza!... Si quieres... llamaré a María para que te haga el chocolatito. ¿No? Pues te la pierdes. Ven a visitarme, aunque sea de cuando en cuando, y un ratito, para que no digan las tías que te alejo de allá.

has padecido, has pecado... luego eres mía. Y como en aquel momento entrara su tía trayéndole el chocolate, se fue hacia ella, en pernetas, con intento de abrazarla, diciéndole: También usted ha padecido, también usted ha pecado, querida tía. ¡Pecar yo!... Y es usted de mi tanda. Todo lo que quieras, con tal que te tomes ahora este chocolatito. Lo tomaré, lo tomaré, aunque no tengo apetito.

Este plan no tenía más inconveniente que la necesidad de añadir a los estómagos, de tarde, el peso de un chocolatito, cuya carga, por la circunstancia de haberse pegado doña Cándida a la familia como una lapa, se hacía punto menos que insoportable.

Así sucede todos los días; siempre amargándonos la vida con tristezas, ¡siempre haciéndonos llorar! Pero ¡vaya! a todo esto ni quien piense en el desayuno.... ¡Señora Juana: aquí estamos ya! ¡El chocolatito! tomarás café con leche, ¿no es eso? Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nada más; chocolate bueno eso .