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Entonces vio en los rincones grupos de hombres y de mujeres sentados en la tierra apisonada o sobre esterillas de enea. La lluvia, cortando su trabajo a media tarde, les había hecho adelantar la comida de la noche. En torno de los lebrillos de bazofia caliente, hablaban y reían moviendo las cucharas con cierta calma.

Había comenzado ya la novena. El pico de oro estaba en el púlpito diciéndola por un libro. El monaguillo le alumbraba con un trozo de cirio, porque la iglesia empezaba a quedarse oscura. Buen número de mujerucas repetían, arrodilladas sobre el pavimento de tierra apisonada, las palabras del exiguo eclesiástico, que salían arrastradas y gangosas de su boca, como es de rigor en casos tales.

Un choque sordo conmovía al mismo tiempo el suelo de tierra apisonada. Era Alcaparrón, que, caído de bruces, golpeaba con su cabeza el piso. ¡Aaay! ¡Que se ha ido Mari-Crú! rugía como una bestia herida. ¡La mejó de la casa! ¡La más honrá de la familia!...

La tierra uniforme, desnuda, intensamente roja, se aleja en inmensos cuadros labrados, en manchones verdes de sembradura; un suave altozano cierra el horizonte; una fachada blanca refulge al sol en la remota lejanía. Camino por las afueras, bordeando los interminables tapiales de tierra apisonada. Un viejo camina con su borrico, cargado con los cántaros, hacia la fuente. Buenos días le grito.

Rectángulos de tierra apisonada marcaban el emplazamiento de las baterías enemigas antes de retirarse. Encontró cañones volcados con las ruedas rotas, armones de proyectiles convertidos en madejas retorcidas de barras de acero, conos de materia carbonizada, que eran residuos de hombres y caballos quemados por los alemanes en la noche anterior á su retroceso.

¡Al fin!... El público se aquietó, cesando de manotear, pero continuaron los gritos y silbidos. El animal fue rematado por el puntillero; le arrancaron las espadas, quedó enganchado por el testuz al tiro de mulillas y lo sacaron a rastras del redondel, dejando una ancha faja de tierra apisonada y regueros de sangre, que los mozos borraron con golpes de rastrillo y espuertas de arena.

Maltrana, a pesar de la miseria de su propia casa, sentía compasión al ver las viviendas de estas gentes. Eran tabucos cuyo suelo, de tierra apisonada, estaba mucho más bajo que la calle. No tenían tabiques, y cuando el pudor exigía la separación de lechos, salían del apuro colgando de una cuerda una manta vieja.