United States or Georgia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cerca de ellas, sentadas en el suelo, había un corro de cuatro mujerucas, las cuales cuchicheaban desaforadamente, dirigiendo miradas penetrantes á todos lados. Eran las sabias del lugar.

La graciosa morenita hizo un gesto desdeñoso y se volvió hacia su amiga sin dignarse responder. ¿Qué dice esa bruja? le preguntó aquélla. Que nos parecemos en la historia. ¿Y por qué dice eso? ¡Qué yo! replicó con enfado Flora. El corro de mujerucas, mientras tanto, reía.

La inmensa sábana azul del Océano, donde brillaban tres o cuatro velas como blancas gaviotas, cerraban el panorama. Alrededor de la ermita, las mujerucas de los contornos, entre las cuales había más de una fresca y hermosa aldeana de rojos labios y blancas mejillas satinadas, vendían leche en pucheritos de barro negro.

D.ª Robustiana se placía mucho en reunir á las comadres del pueblo y pasar entre ellas la velada oficiando de señora. También Regalado gustaba de dar rienda suelta á su temperamento jocoso y maleante á costa de las mujerucas. Por eso, aunque era ya bien entrada la primavera, se persistía en aquellas tertulias nocturnas propias del invierno.

Había comenzado ya la novena. El pico de oro estaba en el púlpito diciéndola por un libro. El monaguillo le alumbraba con un trozo de cirio, porque la iglesia empezaba a quedarse oscura. Buen número de mujerucas repetían, arrodilladas sobre el pavimento de tierra apisonada, las palabras del exiguo eclesiástico, que salían arrastradas y gangosas de su boca, como es de rigor en casos tales.

Así la voz del clérigo, engolada y espesa y muy celebrada en la comarca, se ostentaba más pura. Casi todas las mujerucas contestaron entonando un estribillo, que por cantarse en todas las festividades religiosas de la parroquia sabían de memoria hasta los más duros de oído.

Volvió el excusador a cantar otra letra y tornaron las mujerucas a responderle con el mismo estribillo: y así por varias veces. Terminado el canto, bajó D. José del púlpito y se hincó de rodillas ante el altar de San Rafael para pedirle que le inspirase el sermón que tenía escrito y aprendido hacía más de quince días. Reinó grave silencio en la iglesia.

Pues más tarde ó más temprano será tuya. ¿Mía? , tuya... Y cuando lo sea, acuérdate de estas pobrecitas amigas y no les subas la renta. Las otras dos mujerucas le clavaban igualmente sus ojos sonrientes, maliciosos. Flora entendió y una ola de sangre le subió al rostro y le apretó la garganta. Ella, tan charlatana, no pudo proferir una palabra. Volvióse rápidamente y se alejó á paso vivo.

Dos meses después de tomar éste posesión de su oficio, se hallaba una tarde en el confesonario, rezando por su brevario de bolsillo. En la capillita donde acostumbraba a sentarse no había nadie. Dos mujerucas a quienes había confesado se habían ido ya. De pronto una figura elevada y esbelta tapó a medias la puerta, por donde entraba alguna claridad, no mucha.

Dale a ese hombre algo con que se conforte, para poder salir inmediatamente. ¡Ay, muerte negra! Noche de tormenta en una playa. Algunas mujerucas apenadas, inmóviles sobre las rocas y cubiertas con negros manteos, esperan el retorno de las barcas pescadoras. El mar ululante y negro, al estrellarse en las restingas moja aquellos pies descalzos y mendigos.