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Actualizado: 22 de julio de 2025
Bajo el insoportable calor del día y en la lucha con los vapores internos que estaban a punto de hacerle estallar, los ojos del yanqui saltaban rojos... A las cuatro de la tardo cayó ebrio, muerto; dos marineros lo arrastraron a un rincón y allí quedó.
No lo sé; pero en mis momentos de duda amarga, cuando mis faros simpáticos se oscurecen, cuando la corrupción yanqui me subleva el corazón o la demagogia de media calle me enluta el espíritu en París, reposo en una confianza serena y me dejo adormecer por la suave visión del porvenir de la América del Sur; ¡paréceme que allí brillará de nuevo el genio latino rejuvenecido, el que recogió la herencia del arte en Grecia, del gobierno en Roma, del que tantas cosas grandes ha hecho en el mundo, que ha fatigado la historia!
Siempre pobre contestó el ingeniero . Pero como estoy solo en el mundo y no tengo mujer, que es el más caro de los lujos, podré hacer la misma vida de un gran millonario yanqui durante algunos meses. Cuento con los ahorros de varios años de trabajo allá en el desierto, donde apenas hay gastos. Miró Robledo en torno de él, apreciando con gestos admirativos el lujoso amueblado de la habitación.
Será el momento de prueba; en cuanto a la libertad, formando hoy la base de la concepción humana de la vida, no peligrará la desaparición del modo yanqui. Si un faro hay, persiste aún bajo las bóvedas de Westminster y el egoísmo inglés es su mejor guardián. En el Niágara. La excursión obligada. El palace-car. La compañera de viaje. Costumbres americanas. Una opinión yanqui. Niágara Fall's.
Vamos a subir, con los noruegos de barba colorada, con los negros senegaleses de cabello lanudo, con los anamitas de moño y turbante, con los árabes de babuchas y albornoz, con el inglés callado, con el yanqui celoso, con el italiano fino, con el francés elegante, con el español alegre, vamos a subir por encima de las catedrales más altas, a la cúpula de la torre de hierro.
¡Bien empieza el día para éstos!... murmuró Isidro . Y la yanqui parece una niña con ese casquete gracioso de paje veneciano. ¡Qué pedazo de mujer!... Buenos días, señora.
El yanqui acogió á Sorege con perfecta cordialidad, pues no entraba en su carácter discutir sobre asuntos ya resueltos. Le dió golpes en las rodillas capaces de aplastar un búfalo y observó con placer que el joven no flaqueaba. La prueba de los cocktail fué también favorable á Sorege, que era de esas personas que beben sin riesgo porque hablan poco y no se aturden con su propia excitación.
Quisieron los propietarios disminuirlos, pero la clientela yanqui declaró que el día que un cotelette valiera menos de un dólar, o una botella de Mumm extra dry menos de diez fuertes, abandonarían la casa. Obligados por la ley a sufrir la presencia de la gente de color en los tranvías y paseos, no tienen más valla que oponer a la invasión democrática que el bolsillo. Y lo emplean largamente.
En otro teatro la eterna Mascotte, en inglés, arreglada, como hacen los directores en Londres, al gusto británico. Aquí era al gusto yanqui. Los calembours, los coq-
Por el contrario, te quiere mucho y dice: «¡El pequeño Lionel es muy agradable, está muy bien educado y no hace la corte a las mujeres casadas...!» Me cree un calabacín, ¿no es eso...? LINE. ¡A ver si le vas a guardar rencor por eso...! Sospecha del mayor Wetherley, un norteamericano que me trae frita, y está convencido de que este yanqui tiene suerte con las mujeres.
Palabra del Dia
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