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Pero hay una cosa singular en la Alhambra, y es, que engaña de todos modos, produciendo diversas impresiones, segun las visitas que se le hacen y el estado de espíritu del extranjero. El que no ha leído nada sobre la Alhambra se maravilla al verla.

¡Oh! déjele venir exclamó Antoñita, aunque no sea más que para hacerse cargo del recibimiento que le hago y convencerse de que es muy difícil el tratar de desanimarle cuando persiste en sus visitas. ¿De veras? dijo Amaury. Juzgará usted mismo. ¿Cuándo? Desde mañana, el conde de Mengis y su esposa quieren consagrar a su pobre reclusa las tertulias de los martes, jueves y sábados.

Quedose sola Fortunata con la chiquilla; pero no pudo vigilarla, porque toda la tarde estuvieron entrando visitas. Primero fue doña Casta Moreno, viuda de Samaniego, con sus hijas, dos jóvenes muy bien educadas o que se lo creían ellas.

Aquí traigo varios regalitos que le manda a usted su señora mamá dijo a mi amo, entregándole unos paquetes . La señora estaba desazonada por no haber tenido noticias de usted, y me encargó que le cuidase bien. ¿Hizo el Sr. Conde las visitas que D.ª María le encargó? Puntualmente contestó mi amo . Y usted, ¿por qué no ha venido antes? ¡Qué demonio!

El tiempo estaba medio lluvioso, y con ese motivo, decía Magdalena, a quien la educación en su provincia había acostumbrado a tales excursiones, que era el más apropiado para las visitas de despedida. Caían las últimas hojas, despojos rojizos se mezclaban tristemente en la rigidez de las ramas desnudas.

Al mediar Noviembre suele lucir el sol una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. Puede decirse que es una ironía de buen tiempo lo que se llama el veranillo de San Martín.

Desde tal día, el servicio en la Cortadura y en Matagorda me entretuvo algún tiempo, y no me fueron posibles aquellas visitas, ya tristísimas, ya alegres, que hacía a Cádiz; pero al fin, como el asedio no era penoso, disfruté de algún vagar, y un día púseme en camino de la calle Ancha, con intento de resolver allí qué dirección tomar.

Pero, aunque no lo manifestase, estas visitas le turbaban. Únicamente cuando traían a su hijo olvidábase de la obra que tenía entre las manos, como del resto del mundo; lo estrechaba contra su corazón, lo besaba con frenesí y parecía que de aquel contacto mágico sacaba nuevas fuerzas y nueva inspiración. Una tarde Rivera y Carlota llegaron al taller.

Fermín era una prolongación de la Compañía que llegaba hasta ella. Sentía una amarga decepción de enamorada, al no poder pasar en la casa residencia del salón de visitas.

Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su sencillez de buena creyente la hacía sentir miedo por las reinas que duran siglos y por aquellos salones obscuros con muebles viejos que parecían palpitar á impulsos de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida y saludable con los sacerdotes mantenidos por ella.