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Actualizado: 3 de julio de 2025


¿Quién es Pelaítas? El violín del Sr. Poenco. <i>¡Ay !</i> Si usted le dice a mi caballo: «vas a descansar en casa de Poenco, mientras tu amo come una aceituna y bebe un par de copas», correrá tanto, que tendremos que darle palos para que pare, no sea que con la fuerza del golpe abra un boquete en la muralla de Puerta Tierra.

Era un hombre cubierto de andrajos, y que andaba con un pie y una muleta; la otra pierna era un miembro repugnante, el muslo hinchado y cubierto de costras, el pie colgando, seco, informe y sanguinolento. Mostraba aquello para excitar la compasión. Era la pierna para él su modo de vivir, su finca, su oficio, lo que para los mendigos músicos es la guitarra o el violín.

Mientras que aquellas personalidades inofensivas, bien puestas a prueba ya, animaban el de aquel modo, las notas de un violín se acercaron bastante como para que se las oyera claramente. Entonces los jóvenes se miraron con expresión simpática en que se leía la impaciencia de que terminara la colación.

Verdad es que muchas veces el músico de callejuela ó de plaza no es mas que un perezoso y un vulgar rascador de violin ó de arpa, sin gracia ni atractivo alguno; pero de tiempo en tiempo se da con bandas de verdaderos artistas nómades que encantan y merecen aplausos y favor.

Los papás leían los periódicos; las niñas escuchaban distraídas las notas prolongadas, quejumbrosas, del violín. El violín se quejaba bien amargamente aquella noche; ya sabremos por qué. El vasto salón del café estaba poblado de sus habituales parroquianos.

Aquel que llevaba, de cabeza deforme, no era suyo, sino de una compañera que andaba con un ciego de violín, borracha ella, y si a mano venía, tomadora.

El oír con deleite, como oía, aquella música insinuante, ya era molicie, ya era placer sensual, peligroso: pero... ¡decía tan bien aquel violín las cosas raras que estaba sintiendo él! De repente se acordó de sus treinta y cinco años, de la vida estéril que había tenido, fecunda sólo en sobresaltos y remordimientos, cada vez menos punzantes, pero más soporíferos para el espíritu.

«Perfecta... mente», dijo en voz alta; que sea muy enhorabuena, Agustinito... eso... eso... el cultivo de las artes... nada de comercio... en esta tierra de ladrones. ¿Eh...? «Es el hijo del cerero», añadió mirando a un lado, hacia el suelo; como contándoselo a otro que estuviese junto a él y más bajo. El violín calló y don Santos dio media vuelta, como buscando las notas que se habían extinguido.

Yo, únicamente, que he pasado por las dos épocas, comprendo cuánta verdad encierra lo que le estoy diciendo: para que usted lo comprendiera del mismo modo, sería preciso que tocase y palpase aquello cuyo recuerdo le merece tan desdeñosa compasión; es decir, que junto á este Santander de cuarenta mil almas, con su ferrocarril, con sus monumentales muelles, con su ostentoso caserío, con sus cafés, casinos, paseos, salones, periódicos, fondas y bazares de modas, surgiese de pronto la vieja colonia de pescadores, con sus diez mil habitantes y seis casas de comercio provistas de Castilla por medio de recuas, ó de carros de violín; la vieja Santander sin muelles, sin teatro, sin paseos, sin otro periódico propio ó extraño que la Gaceta del Gobierno, recibida cada tres días.

Ricardo no dormía; tenía los nervios como una prima de violín. Todos los días metido en los Bancos, pidiendo, suplicando, él, que es tan altivo y tan hombre, inclinado y haciendo reverencias a esos señores gerentes, que se dan un corte, hijita, como si fueran reyes.

Palabra del Dia

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