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Actualizado: 28 de julio de 2025
Este era el alma de la tertulia por lo bullicioso y decidor. Inteligente, instruído, perspicaz, oportuno, hacía que le oyéramos sin darnos cuenta de las horas que pasaban. Recibió el título a mediados del 67; había estudiado en Villaverde, en Pluviosilla y en México.
La rubia señorita era muy lista e hizo de su novio un marido discreto, laborioso y de excelentes costumbres. A mi juicio nunca fué calavera ni jugador. Sospecho que le calumniaron, que para el caso cualquiera ciudad se parece a Villaverde, y en todas partes abunban los amigos como Ricardo Tejeda y los señorones como Castro Pérez. Mi generoso rival cayó en la red, y se casó con Teresa.
Y dirigiéndose al mozo agregó: Te vas con el señor. Media hora después íbamos, y a buen paso, camino de Villaverde. La noche estaba obscura. Allá en el corazón de la Sierra fulguraba lejana tempestad. Oíanse truenos lejanos, muy lejanos, y de cuando en cuando, a la luz de los relámpagos, descubríamos las cimas de los montes más distantes. El cielo parecía envuelto en una red de rayos.
Puede afirmarse que todo villaverdino, al meterse en la cama por la noche, sabe de cualquiera de sus paisanos cuántas cucharadas de sopa se engulló ese día, así se trate del vecino más conspicuo como del bracero más humilde. Villaverde no pasará nunca de perico perro. ¡Qué ha de pasar!
Hubiera yo querido duplicar el tiro, emborrachar a los cocheros y hostigar a las bestias, a fin de recorrer en pocos minutos las tres leguas que faltaban para llegar a Villaverde.
Nosotros nos quedábamos comentando la conversación de los tertulios, hasta que a las seis me iba yo a instalar en un asiento de la Plaza, para oir tocar a la señorita Fernández. Conviene saber que la familia Fernández era mal vista en la ciudad. Su cultura chocaba a los buenos budistas de Villaverde.
Tía Carmen no tuvo, como todas las muchachas de Villaverde, muchos novios.
Oí que preguntaban por mí, dejé la pluma, me restregué los ojos y salí al corredor. Era Mauricio que volvía de Villaverde con la correspondencia. Tenga usted; me dijo el mancebo, quitándose respetuosamente el jarano ahí vienen dos cartas para usted. Me dieron una en la casa; la otra en el correo.
Nunca le alabaron en Villaverde por liberal y desprendido, elogio que fácilmente se consigue en mi querida ciudad natal, donde la generosidad y el desprendimiento no son virtudes muy al uso, antes solían tacharle de egoísta y codicioso. Pero sé muy bien, y muchos no lo ignoran, que no era duro de corazón, ni muy cerrado de bolsillo.
¡Lejos de esta gente! me dije esa mañana al salir de la misa de doce, y me fui a mi casa, a mi pobre casita, resuelto a no tratar más ni con los tertulios de la botica ni con las señoritas Castro Pérez, y decidido a no venir a Villaverde sino de tiempo en tiempo. Después de la comida me puse a escribir. La idea de que Linilla padecía y lloraba por causa mía me tuvo inquieto toda la tarde.
Palabra del Dia
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