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Actualizado: 15 de junio de 2025


La cara del así vestido era casi negra, inmóvil, con espantosa y ancha boca y con colosales narices llenas de verrugas y en forma de pico de loro. Don Paco se tranquilizó, no obstante, al reconocer que aquello era una carátula de las que se ponen los judíos en las procesiones de Villalegre.

Su casa era la mejor que había en Villalegre, con una puerta principal adornada, a un lado y a otro, de magníficas columnas de piedra berroqueña, estriadas y con capiteles corintios.

Y como esto era muy poco para él, persona de extremado aseo, que, ¡cosa rara en un pequeño lugar!, se ponía limpia tres veces a la semana, decidió que estaba justificadísimo el mandar que le hiciesen media docena de camisas nuevas, que le hacían muchísima falta, ¿Y quién había de hacerlas mejor que Juanita, que era la costurera más hábil de Villalegre? ¿Y quién había de cortarlas mejor que su madre, la cual, lo mismo que con el mango de la sartén en la izquierda y la paleta en la diestra, era una mujer inspirada con las tijeras en la mano y con cualquier tela extendida sobre la mesa y marcada ya artísticamente con lápiz o con jaboncillo de sastre?

De este modo se libertaba Villalegre del tributo a que estaba sometida en lo antiguo, haciendo venir de la ciudad vecina, siempre que había función, a los músicos, a quienes apellidaban en el lugar tragalentejas. Don Paco paseó a sus amigas por toda la feria, dando no poco que murmurar, según habían previsto.

Se había hecho fusionista y había consentido en ser jefe de aquel partido político y alcalde en Villalegre. Era viudo, hacía ya quince años. Y hacía cerca de siete que tenía a su único hijo, D. Raimundo Roldán de Cadenas, estudiando o paseando y holgando en Madrid, pues sobre este punto, difieren no poco los autores.

El territorio o término de Villalegre confina con la campiña, donde todas son tierras de pan llevar o baldíos incultos, sin huertas, ni olivares, ni viñedos. Si algo verdea por aquellos campos es tal cual melonar en las hondonadas. Todo lo demás es en aquella estación pajizo, ya sembrado, ya barbecho, ya rastrojos, los cuales arden como yesca y suelen quemarse para fecundar el suelo.

De remediarlos en absoluto, no; pero de aliviarlos bastante, repuso el joven clavando en ella su mirada penetrante . Si los mineros trabajasen tan sólo dos o tres días a la semana y esos pocas horas; si se les hiciese vivir alejados del establecimiento minero, en Villalegre por ejemplo; si se prohibiesen esos trabajos a los niños menores de diez y seis años; si se cambiasen la ropa inmediatamente que salen de la mina; y sobre todo si se alimentasen bien, pienso que los estragos del mercurio disminuirían notablemente.

Es natural que Juanita no se escondiese ni huyese, porque ni ella era medrosa ni don Andrés era el bu ni una fiera. Don Andrés era un caballero muy bien educado, pulcro y finísimo, soltero, que no había cumplido aún cuarenta años, y verdadero amo y señor de Villalegre, donde hacía ya ocho años que reinaba con lo que podemos calificar de despotismo ilustrado.

A Juanita misma se la presentaba muy afligida por lo pronto, llena de remordimientos porque era o iba a ser motivo u ocasión de su muerte y muy inclinada a derramar lágrimas a la memoria de él o sobre su ignorada tumba, si es que le enterraban y ella sabía dónde y no estaba lejos; pero si Juanita le veía otra vez tan campante, y en las calles de Villalegre, acudiendo a sus ordinarios quehaceres, ya en la tertulia de doña Inés haciendo la corte a doña Agustina, Juanita le tendría por la persona más ruin y cuitada del orbe.

Son tales las preocupaciones y el embeleso de todos los habitantes de Villalegre durante aquella semana, que nadie hubiera notado ni la desaparición ni la vuelta de don Paco si no hubiera sido el personaje tan notable, tan activo y que por lo común andaba siempre en todo. Lo que no se hubiese sabido, ni aun en tiempos normales, eran las causas de su ida y de su vuelta.

Palabra del Dia

rigoleto

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