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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Por otra parte, yo me atrevo a sostener que en la más desvergonzada zarzuela bufa no hay la quinta parte de los chistes primaverales o verdosos que en muchas comedias de Tirso, que en muchos sainetes de don Ramón de la Cruz y que en muchas otras producciones dramáticas de nuestro gran teatro clásico.

Maltrana hizo un gesto de desaliento. Mentira también: eran granos de marfil, con un débil montaje en oro. Y mentira los imperdibles de doublé; las sortijas ennegrecidas por el largo encierro, con sus vidrios opacos y muertos; los botones de grandes uniformes, que la vieja creía de oro puro; los alfileres verdosos y oxidados, con la pedrería empañada.

Los gorriones perseguíanse en la doble escalinata de la iglesia, y revolando de ciprés en ciprés, iban á posarse sobre la estatua de mármol de San Ignacio. A ambos lados de la avenida que da acceso al monasterio, dos paseos cubiertos de plantas trepadoras, dos túneles de hojarasca, ofrecían su fresca sombra de tonos verdosos.

Ocupaba el primero, como hábil capitán, las alturas sinuosas, y los desalmados del bando contrario se dispersaban por el llano, al borde de los charcos verdosos. Habíalos seguido el pavo, y colocándose en lugar seguro, de donde dominar pudiera la perspectiva del campo de batalla, les animaba con sus guerreros toques a degüello.

El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror.

Pero sus notas van debilitándose también; el bombo, que hasta entonces había hecho discretamente su parte, suena más fuerte, en cambio, porque sus sordos golpes llegan más lejos que los otros sones. Caminan juntos en silencio; ni uno ni otro se atreve a hablar. El brazo de Gertrudis tiembla bajo el de Juan; éste contempla las brumas de reflejos verdosos que se alzan de las praderas.

A través de los solares en construcción y de las escalinatas que se desarrollan pendiente abajo distinguió la inmensidad del mar, y en su orilla la arboleda de los jardines, la larga masa del Casino á vista de pájaro, con sus tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones, la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en torno de él numerosas personas del tamaño de hormigas.

Escuchole sorprendido y risueño. En sus ojos verdosos chispeaba una alegría burlona observando con qué furor Tristán acometía toda la obra literaria de Rojas. En verdad que no le dejó hueso sano. Como si se hallase bajo el resquemor de un agravio personal se mostró tan excesivo en sus críticas, tan descompuesto y exasperado que producía un efecto cómico. Núñez soltó la carcajada.

En el fondo había un edificio de aspecto monacal, fachada ennegrecida por el tiempo y ventanas cubiertas con persianas, como ojos cerrados, y al que se subía por una escalera de cuatros escalones verdosos á causa de las lluvias. Marenval llamó y un timbre resonó en la casa turbando el silencio con un ruido sacrílego.

Sus ojos, pasando despectivamente por las sillas viejas, las paredes de suelto empapelado y los cromos de marcos verdosos, tropezaron con algo obscuro, rectangular y profundo que ocupaba todo un ángulo de la pieza. No se sabía si era un diván, una cama ó un catafalco fúnebre. Las mantas pardas que lo cubrían evocaban en la memoria los lechos de cuartel ó de presidio.

Palabra del Dia

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