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Me dio usted un disgusto el otro día. ¿Es así como debía acogerme después de una larga ausencia? No hablemos más de eso, ¿le parece a usted? Hoy no vengo como amigo, sino como embajador. ¿No le veré a él, pues? No; pero, si tiene usted curiosidad por ver a alguien, puedo enseñarle al duque de La Tour de Embleuse. ¿Está aquí? , desde esta mañana. Una linda obra de usted, pero sin firma.

¡Ah! dijo Quevedo mirando , ¡ah corazón mío! ¡guarda, guarda y no latas tan fuerte, que te pueden oír! ¿Qué veis, que murmuráis, don Francisco? Veo á la condesa de Lemos que vela... y que llora. ¡Ah! ¿y no se os abre el corazón? Abriera yo mejor esta puerta. No quedará por eso si queréis; pero luego: seguidme y veréis más. ¿Y qué más veré?

A me falta valor, y puede también que me falte calma. Veré a tu madre... Con Leo no hablo. Como quieras. ¿Cuándo te parece que dispongamos el trasladar a tu padre? Eso se hace en una mañana.

El corazón me dice que antes de morirme te veré establecido y casado. ¿Casado? ¡Por supuesto! ¿Con quién? Con una muchacha buena, hacendosa, que te quiera mucho. ¿Pobre o rica? ¡Eso será como Dios quiera! Por mi gusto... ¡pobre!

Y volvió a perderse en un mar de pormenores acerca de su novia. Yo los escuché en realidad con poquísimo interés, en apariencia con mucho, porque me lisonjeó la protección con que me había brindado, aunque no sabía a punto fijo en qué pudiera consistir. Esta noche probablemente la veré en casa de las de Anguita... Hombre, y a propósito, ¿quiere usted que le presente?

Tengan calma, porque si no me veré en el caso de llamar a una pareja. ¡El talonario, el talonario! chillaba Jacinta, dando también palmadas. Paciencia, paciencia. No tengo aquí el talonario. Está abajo, en el escritorio. Luego... ¡Bah!... ¡se está burlando de nosotras!... No, no dijo Guillermina con ardor , ya no puede volverse atrás. Yo no me voy ya sin la firma.

¡Está ahí! repitió un sordo murmullo. ¿Te negarás a recibirla? dijo con emoción la marquesa, adivinando los pensamientos de doña María. No... que venga aquí repuso la madre con energía . Veré a la que ha sido mi hija... ¿La encontró usted? ¿Estaba sola? Sola, señora exclamó llorando D. Paco . ¡Y en qué triste y lastimoso estado!

Hacía ya tiempo que nadie le hablaba de caza y sintió renacer dentro de aquella antigua afición que la dominaba. Pero cuando el criado cerró la puerta, cuando oyó al marquesito gritar aún desde la escalera: «Muchos recuerdos a Tristán: dígale usted que ya le veré uno de estos días», entonces nació repentinamente en su alma una inquietud. ¿Cómo tomaría su marido aquella visita?

Sus rasgos estaban grabados en la memoria del pintor, pero éste tenía miedo de desfigurarlos al fijarlos en el lienzo. Prefirió guardar confusa la dulce imagen y pensó: Volveré á la Celle-Saint-Cloud y veré de nuevo á mi modelo. Entonces, seguro de , le daré un parecido perfecto. Hasta entonces, que permanezca en la vaguedad de un ensueño.

Aunque no me des más, ya has hecho bastante... Tal vez sea mejor que no volvamos a encontrarnos. Te veré en mi recuerdo cada vez más grande, más atractivo... Y ahora, adiós. Separémonos. Tengo que hacer abajo. Fernando, que horas antes apenas se acordaba de ella, sintióse triste al abandonarla.