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Actualizado: 26 de junio de 2025
Cuando las lágrimas de la burlada comenzaron a agriarle la victoria, Enrique faltó a dos o tres citas. Soledad mandó en su busca a la doncella y ésta volvió diciendo que se había marchado, vendiendo en veinticuatro horas cuanto tenía y sin decir a nadie dónde iba.
Yo no tengo nada que ver con eso; vos tuvisteis la bondad de darme ese dinero, dejad eso quieto, a mí me es indiferente. Yo sólo trataba de serviros vendiendo el caballo, sabía que mañana no es cómodo ir tan lejos. Godfrey permaneció en silencio durante un rato.
¡Ya lo creo! ¡Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno magistrado! Sería indigno. Indigno. Y ya no está bien que viva en el caserón de los Ozores. Claro, porque aunque se lo regaló su esposo, según dicen, él fue quien se lo compró a las tías de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia. Sea como sea, ella no debía vivir en esa casa.
La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas.
Era éste un vejete español que vivía de la caridad pública, y a quien en Lima conocían con el apodo de Ovillitos. El apodo le venía de que en una época entraba de casa en casa vendiendo ovillos de hilo, hasta que un día resolvió cambiar de oficio sentando plaza de mendigo.
Estaban completamente arruinados. Se había vivido, hasta entonces, demorando el derrumbe final a fuerza de expedientes extremos, empeñando a los genoveses, uno a uno, todos los bienes, y vendiendo, por último, en montón, platería, joyas, tapices.
Las últimas palabras ofendieron al marqués; pero Elena, dándose cuenta de esto, cambió rápidamente de actitud, aproximándose á él para poner las manos en sus hombros. ¿Por qué no le escribes á la vieja?... Tal vez pueda enviarnos ese dinero vendiendo alguna antigualla de tu caserón paternal. El tono irrespetuoso de tales palabras acrecentó el mal humor del marido.
Por eso, para pagarle le ha hecho venir á que haga de las suyas, aumente su fortuna vendiendo brillantes... falsos, ¡quien sabe! Y es tan ingrato que despues de sacar los cuartos á los indios todavía quiere que... ¡Pf! Y terminó la frase con un gesto muy significativo de la mano.
La Señana y el señor Centeno, que habían hallado al fin, después de mil angustias, su pedazo de pan en las minas de Socartes, reunían, con el trabajo de sus cuatro hijos un jornal que les habría parecido fortuna de príncipes en los tiempos en que andaban de feria en feria vendiendo pucheros.
Había allí doce comensales, seis hombres y seis mujeres, además del anfitrión, Cipriano Marenval, célebre industrial que había hecho una inmensa fortuna fabricando y vendiendo una fécula alimenticia que lleva su nombre.
Palabra del Dia
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