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Actualizado: 5 de octubre de 2025
No debe confundirse con su hijo Cristián, literato también y poeta, que publicó después las obras de su padre. V. el libro en lenguaje vasco de J. J. de Iztueta, titulado Guipuzcoaco dantza gogoangarrien condaira, etc.
En el cementerio de Zaro hay una tumba de piedra, y en la misma cruz escrito con letras negras dice en vasco: AQUÍ YACE MARTÍN ZALACAÍN MUERTO A LOS 24 A
Los palacios y jardines de dicha margen hacían delicioso el camino que iba y va hasta el sitio donde el rey D. Manuel el Dichoso había erigido graciosa y elegante torre, en conmemoración de que allí se embarcó Vasco de Gama para ir por vez primera a la India, y no lejos el magnífico templo y claustro de Belén, obra de singular y bellísima arquitectura.
Me recibió amablemente, me llevó al alcazar de popa, y hablamos. Me preguntó dónde había navegado, y me expuso con gran claridad todos los peligros que corría al entrar en El Dragón. Al ver que yo aceptaba a pesar de esto, no hizo objeción alguna. Las dos condiciones para desempeñar el cargo eran ser un buen piloto y hablar vasco. Las dos las reunía yo.
Abajo estaban la sombría alarma, el perpetuo miedo á los bandos que desgarraban el país vasco, los ventanucos para dar paso al arcabuz; arriba la elegancia, copiada de los árabes; la alegría en la construcción, de un pueblo artista; las ventanas graciosas como ajimeces moriscos, para soñar en ellas á la caída de la tarde, después de haber leído un libro de caballerías.
Poco después, Bautista Urbide se presentó en casa de Ohando, habló a doña Águeda, se celebró la boda, y Bautista y la Ignacia fueron a vivir a Zaro, un pueblecillo del país vasco francés. Carlos Ohando enfermó de cólera y de rabia. Su naturaleza, violenta y orgullosa, no podía soportar la humillación de ser vencido; sólo el pensarlo le mortificaba y le corroía el alma.
Y el vasco y la valerosa amiga cruzaron las manos y alzaron blandamente en el improvisado trono a la enferma, que se dejó ir como un cuerpo inerte, recostando la cabeza en el cuello de Lucía y humedeciéndoselo con el viscoso sudor de la calentura.
Mientras hablaba el hermano, el doctor, mirando el monigote de cera, tendido en la colchoneta, pensaba en el hombre sombrío, en el vasco de carácter complicado, que llenó el mundo con su nombre, siendo cada período de su vida una contradicción violenta. Primero, el soldado presuntuoso y elegante, martirizando y amputando su cuerpo por parecer bello, y perder la rudeza propia de su país.
Ahora la veleta de su fervor apuntaba del lado de la Compañía, y no sabía ir a parte alguna sin el Padre Urizábal, un vasco, compatriota del glorioso San Ignacio, méritos que bastaban para que Dupont se hiciese lenguas de él.
Condenado a muerte durante una sedición, se evadió y tomó el oficio de domador de caballos. Buen oficio para poner a prueba su bárbara energía. A Lope le conocían entre los soldados por el apodo de Aguirre, el loco. En 1560, el virrey, don Andrés Hurtado de Mendoza, confió al capitán vasco Pedro de Ursúa una expedición para explorar las orillas del Marañón en busca de oro.
Palabra del Dia
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