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Actualizado: 24 de junio de 2025
No habría a mis ojos héroe mayor en el tiempo, en el espacio que aquel que, sereno y consciente, de pie en el borde del abismo mirara un instante sin vértigo el vacío extendido a sus pies, y luego... ¿Cuál de ustedes renovaría la hazaña de Bolívar, mis amigos? dijo una voz.
El edificio Produce Exchange, entre sus muros de hierro y granito, reúne tantas almas cuantas hacen un pueblo... He allí Broadway. Se experimenta casi una impresión dolorosa; sentís el dominio del vértigo.
A aquella pregunta de Dorotea, pregunta hecha con sinceridad, con candor, con anhelo, Montiño sintió una especie de vértigo. Dorotea se había transfigurado; su alma, un alma entusiasta, enamorada, noble, se exhalaba de su mirada, de la expresión de su semblante, de su boca trémula, de su acento cobarde, ardiente, opaco.
Te amaba más y con más pasión desde que no te pertenecía exclusivamente y prefería la muerte al pensamiento de separarme de tí. Debes recordar el fin de aquel horrible período, durante el cual pasabas en el juego los días y las noches, poseído de un vértigo en el que debían zozobrar tu fortuna, tu honor y tu vida.
Al mirarla, afanada, despidiendo de sus dientes y coyunturas un sudor negro y craso, sentía que se le comunicaba el vértigo de ella, y por momentos se suponía también compuesto de piezas de hierro que marchaban a su objeto con la precisión fatal de la Mecánica.
¡A él! ¡á él!... Otra vez volvió Batiste á oir aquel chapoteo de perro fugitivo; pero ahora con más fuerza, como si extremara la huída espoleado por la desesperación. Fué un vértigo esta carrera á través de la obscuridad, de la vegetación y del agua.
Pasó todo esto, como vértigo que era de mi exaltada imaginación, en pocos momentos; pero no sin dejarme huellas mortificantes en el espíritu. Al otro lado del puente había unas casas de muy alegre aspecto: parecióme de parador el de una de ellas, y allá me fui. Parador era, en efecto, y taberna bastante bien surtida.
Poco más dijo, y Benina llegó al mayor grado de confusión y vértigo de su mente, pues el sacerdote alto y guapetón que poco antes viera, concordaba con el que ella, a fuerza de mencionarlo y describirlo en un mentir sistemático, tenía fijo en su caletre. Ganas sintió de correr por la Cava Baja, a ver si le encontraba, para decirle: «Sr. D. Romualdo, perdóneme si le he inventado.
Bien pronto las sombras cayeron por completo, el camino se nos hizo invisible y las subidas y bajadas, abruptas, rígidas, capaces de dar vértigo, más frecuentes. Las mulas marchaban lenta, lentamente, fijando el pie con profunda prudencia, pero destrozándonos a veces las rodillas contra las rocas que no veíamos en la intensidad oscura.
Cuando el viento azotaba las hojas y removía la tenue gasa azul que las envolvía, corría gozo extraño por todo su cuerpo, acometíanle locos deseos de volar por aquellas diáfanas regiones, imaginábase en medio de ellas solo, perdido, árbitro de surcar la inmensidad en todas direcciones, sentíase envuelto y acariciado por las olas sutiles del éter; la vista entonces se le ofuscaba; el vértigo se apoderaba de su cabeza.
Palabra del Dia
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