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A la calle se habían arrojado cuantos objetos mortíferos se creyeron convenientes para hostilizar a los dragones, y aun después del combate surcaban la arena turbios arroyos de agua hirviendo, que, mezclada con la sangre, producía sofocante y horrible vapor. En algunas ventanas vimos cadáveres que pendían con medio cuerpo fuera, apretando aún en sus crispados dedos la hoz o el trabuco.

Pepe Ronzal alias Trabuco, no se sabe por qué era natural de Pernueces, una aldea de la provincia. Hijo de un ganadero rico, pudo hacer sus estudios, que ya se verá qué estudios fueron, en la capital. Aficionado al monte, como Vinculete al tresillo, desde la adolescencia, ni durante las vacaciones quería volver a Pernueces, ganoso de no perder ni unas judías. No pudo concluir la carrera.

Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que, procedentes del campo de Gibraltar, se veían en el barrio de la Viña con harta frecuencia; me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de fieltro y el correspondiente trabuco.

Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de como con un trabuco.

Era la historia de José María, «el rey de Sierra Morena». Las enfermizas imaginaciones de estos torpes engendros exaltábanse al leer, en el silencio del encierro, las hazañas del caballeresco bandido, al contemplar en las láminas las arrogantes figuras de los paladines de carretera, con sus grandes patillas, el trabuco debajo del brazo y el cinto repleto de onzas.

Allí apenas se veía, porque la única luz era la de un candil atado en la otra estancia a una tomiza que pendía de una viga del techo; pero el de la carátula vio el bulto de un hombre que se precipitaba sobre él, y le dijo: ¡Tente o mueres! Y le apuntó con el trabuco. Todo ello fue con rapidez maravillosa.

Ahora búsquela usted sin h exclamó don Frutos, ya muy serio, queriendo tomar un continente digno en el momento de la victoria. Ronzal estaba como un tomate. Miró a Mesía, que fingió estar distraído. Por fin Trabuco, dispuesto a jugar el todo por el todo, se puso en pie en medio de la sala y cogió bruscamente el diccionario de manos de Orgaz, que creyó que iba a arrojárselo a la cabeza.

Mesía le miró aprobando sus palabras con una inclinación de cabeza y una afable sonrisa. Señores añadió Trabuco, animándose esto es escandaloso. Aquí todo se convierte en política. El señor Magistral es una persona muy digna por todos conceptos. Díjolo Blas. ¡Lo digo yo! Como si lo dijera el gato. Hubo una pausa. El ex-alcalde no era un Joaquinito Orgaz.

Allí estaba él, reluciente, armado de aquella pechera blanquísima y tersa, la envidia de las envidias de Trabuco. En aquel momento don Juan Tenorio arrancaba la careta del rostro de su venerable padre; Ana tuvo que mirar entonces a la escena, porque la inaudita demasía de don Juan había producido buen efecto en el público del paraíso que aplaudía entusiasmado.

Pasando por alto detalles desnudos de interés, diremos que una noche, hallándose el Rey del Monte entre la espesura de un bosque, acompañado de su coima y de cuatro o seis de los suyos, Dalila cuidó de embriagarlos, y a una hora concertada de antemano penetraron en el bosque los soldados. El Rey del Monte despertó al ruido, se lanzó sobre su trabuco, apuntó y el arma no dio fuego.