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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Y se dijo: «Esto de la sabiduría es un complemento necesario. Seré sabio. Hipócrates era el maestro de Platón, maestro al cual nunca llamó Sócrates Trabuco, ni le hacía falta. Desde entonces leyó periódicos y novelas de Pigault Lebrun y Paul de Kock, únicos libros que podía mirar sin dormirse acto continuo.
A reina va, y lo hago cuestión personal añadió envalentonado Trabuco, dándose un puñetazo en el pecho. Y el contrario, sin querer, le dejó otra casilla libre. Y así, de una en otra, jugándose la vida en todas ellas, convirtió el peón en reina, y ganó el juego el enérgico diputado provincial de Pernueces.
Estaba él orgulloso de aquella pechera, de aquel frac madrileño, de aquellas botas sin tacones que eran la última moda, lo más chic, como ya empezaba a decirse en Vetusta. Pero él no pensaba en esto, pensaba en que, según veía, tarde ya, le tocaba romper la marcha; su bis a bis era Trifón, y Trifón había empezado a ponerse en movimiento. Trabuco sudaba antes de haber motivo para ello.
Trabuco se propuso redoblar su atención, observar mucho y ser una tumba, callar como un muerto. «¡Pero aquello era grave, muy grave!». Y la envidia se lo comía. Empezó el segundo acto y D. Álvaro notó que por aquella noche tenía un poderoso rival: el drama.
Despierta inmediatamente á Manolete y le das este fusil y que suba al corredor de la cocina de arriba para que, en todo caso, sus fuegos se crucen con los de Regalado. Despierta también á Linón y dale este trabuco y que me siga á la huerta. Yo voy en descubierta para ver si flanqueo al enemigo y le tomo por retaguardia.
Entonces, adivinando instintivamente que la mujer lo había traicionado, tomó el trabuco por el cañón y lo dejó caer pesadamente sobre la infeliz, que se desplomó con el cráneo destrozado. MA
Saludó con su aire grave, con aquel aire de gentleman que tanto le envidiaba Trabuco, su admirador y mortal enemigo. ¿Has confesado? Sí, ahora mismo. ¿Con el Magistral, por supuesto? Sí, con él. ¿Qué tal? ¿Excelente, verdad? ¿Qué te decía yo? ¿No subes? No, ahora no puedo. Obdulia oyó la voz de Ana y corrió al balcón, sin cuidarse de reparar el desorden de su traje y peinado.
La Virgen se fue y volvió con una copita de oro en las manos; se la dio al niño y le dijo: «Ve a buscar a tu padrino y dile que llene esta copa de lágrimas de contrición, y entonces podrá entrar contigo en el cielo. Toma estas alas de plata y echa a volar.» El ladrón estaba durmiendo en una peña, con el trabuco en una mano y un puñal en la otra.
Fernan Jiménez levantó un trabuco, y con él batió algunos dias lo que parecia mas flaco, pero tiraba piedras de tan poco peso, que no hacia daño en sus murallas fuertes, y muy levantadas. Arrimabanse escalas algunas veces, y todo fué sin fruto.
Ibros, lugar célebre en los fastos del contrabando; Jandulilla, Campillo de Arenas, y otras localidades, entregadas más tarde al sable de la Guardia civil y de los Carabineros, enviaron respetables escuadrones, con la particularidad de que por venir armados hasta los dientes, y ser todos unos caballeros de muy buen temple, que sabían dónde echaban la boca del trabuco, se les reputó como auxiliares muy eficaces del ejército.
Palabra del Dia
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