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Actualizado: 7 de julio de 2025


Señor marqués, ¡yo me pasmo! arguyó el capellán eficazmente . ¡Que usted se apure por una cosa tan fácil de arreglar! ¿Tiene más que poner a semejante mujer en la calle? Como ambos interlocutores se habían acostumbrado a la oscuridad, no sólo vio Julián que el marqués meneaba la cabeza, sino que torcía el gesto.

Los ladridos lastimeros alteraban el canto de los canónigos, y el Tato reía, mientras que allá, en la reja del coro, torcía el gesto el buen Esteban, amenazándole con la vara de palo. Tío dijo una tarde el travieso perrero , usted que cree conocer bien la catedral, ¿a que no ha visto las cosas «alegres» que tiene?

Como el interlocutor solía ser más alto, para verle la cara Ripamilán torcía la cabeza y miraba con un ojo solo, como también hacen las aves de corral con frecuencia.

Cuando la criada de Guimarán le contestaba: «Que el señor había pasado mejor la noche», Cármenes, sin darse cuenta de ello, torcía el gesto, y sentía una impresión desagradable parecida a la que experimentaba cuando llegaba a convencerse de que un periódico de Madrid no le publicaría los versos que le había remitido.

Todavía estuvo en ganancias un largo rato, hasta que viendo señales de que la suerte se torcía, levantose como jugador experto y salió de la sala abrazado a su amigo. ¿Qué hora es, Miguelillo? Las cinco menos cuarto. ¿Hay ánimo, verdad? le preguntó abrazándole de nuevo con efusión. ¡, hombre, ! Yo tengo ánimo y dinero contestó sonriendo.

Un padrino aprobaba; otro torcía el gesto, poseído de súbita belicosidad. No habían ido hasta allí para oír sermones. Que disparasen pronto las armas, y a escapar, antes de que pudieran sorprenderles. Los dos argentinos se miraban en lo alto del peñasco. ¡Pucha! ¡y qué bien habla el gallego!

Quién, como don Benito, daba fuertes taconazos en el suelo mientras las bolas corrían; quién, como don Lorenzo, se inclinaba a un lado y a otro, se torcía y se retorcía como si de sus movimientos dependiese que la bola se inclinase a un sitio u otro; quién, por fin, como don Pancho, que era pequeño y gordo, casi cuadrado, se subía de un brinco al diván después de haber empujado la bola, para mejor ver los estragos que había hecho en los palos.

Cristina sólo torcía el gesto y parecía enfadarse con el doctor cuando á éste se le escapaba alguna afirmación impía, ó cuando, sin darse cuenta de ello, se burlaba de la devoción de las señoras y de los predicadores que el entusiasmo de todas ellas ponía en boga.

Feli, arremangándose los brazos, pegados a su frente los rebeldes rizos con el sudor y el polvo, daba pataditas en el suelo y torcía el gesto, no encontrando nunca a su gusto la posición de la cama. Quería que se viese bien, que la luz hiciera brillar el oro con todo su esplendor: para esto habían gastado el dinero.

Una real moza, con unos altibajos en el cuerpo que volvían loco a cualquiera. ¡Y qué «patria»!... Pero el torero torcía el gesto. Poquitas bromas, ¿eh?... Cuando menos se hablase de Carmen sería mejor.

Palabra del Dia

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