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Actualizado: 1 de junio de 2025


Sus ojos parecían tener las tintas cambiantes del mar: negros á unas horas, azules á otras, verdes y profundos cuando reflejaba la luz del sol como un punto de oro. Se sintió atraído por su sencillez, por la gracia tímida de sus palabras y sonrisas.

Sobre la alta barranca, tapizada de grama verde y suave, en toda su extension, grupos de chozas rústicas de habitacion de bogas y pobres agricultores del desierto; en el centro el inmenso edificio de la Bodega, de techumbre pajiza y de un solo piso, y detras y en medio de las casas un bosque admirable, en cuyo fondo de un verde de diversas tintas contrastaban la hermosa melena del cocotero sobre el esbelto mástil, las palmas ensortijadas de las guaduas colosales, el redondo follaje del mango y el mamey, y la corpulenta ramazon del cedro y el caracolí, esos soberanos suntuosos de los desiertos selváticos de Colombia.

En poco tiempo, todo terminó por la parte de tierra; cesó la brisa, disolviéndose en tintas grises, reinando sin obstáculo desde aquel momento los vientos superiores. Al llegar yo á los viñedos de Vallière, cerca de Saint-Georges, gran número de personas estaban en los campos, terminando á toda prisa sus faenas, pues creían no poder trabajar en muchos días.

Dentro de esta nube bajó uno vestido de ángel cantando maravillosamente, y subiendo y bajando diversas veces, dejábase caer por todas partes muchas letrillas y coplas escritas, unas en papel colorado, otras en amarillo, y otras en papel azul, con tintas diferentes, todas al propósito de la solemnidad y fiesta que allí se hacía.

Mesía estaba hermoso; se notaba mejor que nunca la esbeltez y armonía de sus formas de buen mozo elegante; en su rostro correcto los vapores de la gula no imprimían groseras tintas, sino cierta espiritualidad entre melancólica y lasciva; se veía al hombre del vicio, pero sacerdote, no víctima: dominaba él a su borrachera, morigerada, señoril, discreta.

Estremecióse Julián, y se le borraron las rosadas tintas de los pómulos. No era de madera de héroes, lo cual le salía a la cara. A don Pedro le divertía infinito el miedo del capellán. En la índole de don Pedro había un fondo de crueldad, sostenido por su vida grosera. Apostemos exclamó riéndose que la cruz aquélla del camino va usted a pasarla rezando.

Dejando, por fin, a un lado otras varias, cuyas diferencias estriban principalmente en matices y en medias tintas, pero que, en realidad, se refieren a las castas madres de que hemos hablado, concluiremos nuestro cuadro en un ligero bosquejo de la más delicada y exquisita, es decir, del calavera de buen tono.

En ella se cifra nuestro siglo de medias tintas, de medianías, de cosas a medio hacer: de todas las palabras que reinan en figuras de hombres y cosas por allá abajo, ésta es en el día la que reina sobre todas, CUASI. Ese es todo el siglo XIX. Obsérvala: a cada una de sus facciones le falta algo; no es más que un perfil: ni está de pie, ni sentada. Vestida de blanco y negro, día y noche.

Ahora lo distinguía perfectamente; era él, pero aun más abatido y desmejorado que cuando por última vez lo vio; velaban su rostro tintas cárdenas, y la negra barba lo sumía en un cerco de sombra; sus ojos brillaban cual si tuviese calentura. Sentase al escritorio y escribió dos o tres cartas. Estaba frente por frente a Lucía y ella le devoraba con los ojos.

Vino la noche, y los vidrios se obscurecieron, tomando tintas suaves y misteriosas. La gran nave quedó por fin en completa sombra; mas en lo alto de sus muros velaban, como espectros de moribundo resplandor, las pintadas efigies de cristal. En el centro del lóbrego santuario lucía un punto de luz: era la lámpara del altar, que como un alma despierta y vigilante oraba en el recinto.

Palabra del Dia

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