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Vestido como un mandarin, con gorra de borla azul, se paseaba el chino Quiroga de un aposento á otro, tieso y derecho no sin lanzar acá y allá miradas vigilantes como para asegurarse de que nadie se apoderaba de nada.

El patriarca se colocaba la mano sobre el pecho, se la llevaba a la boca con sincerísima complacencia, mientras el disputador, tieso y serio, inclinaba de vez en cuando lentamente la cabeza en señal de aprobación. Por fin, la oradora acabó su discurso entregando el ramo al patriarca y gritando: «¡Ciudadanos delegados, salud y fraternidad!».

No se llaman defunciones; se llaman casos replicó con estúpida risa Tablas . Y podrá ser verdad lo que vuestra Paternidad dice; pero yo que anoche Gregorio Tinajas y yo, bebimos juntos una copa al salir de cierta parte, y también que le he visto hace un momento tieso y frío. ¡Se ha muerto! exclamó Maricadalso con espanto. Como mi abuelo. ¿Lo sientes ?

Flamean las mantas rojas, amarillas, azules, colgadas al aire en una tienda; un mendigo, con redondo y ancho sombrero tieso, vestido de buriel pardo, discurre al sol, agachado sobre su palo; atraviesan la plaza dos borricos cargados de ramaje de olivo; pasa ligero, con menudo paso afirmado de viejo hidalgo, la capa al aire, un señor de largos bigotes grises y hongo apuntado. Salgo de la plaza.

Olvida casi a Martín, que camina a su lado. ¿Por qué marcha él tan silencioso y tan tieso, por qué mete tanto la cabeza en los hombros? Desde lejos, Juan saluda todavía con la espada. El campo del tiro, donde se detiene el cortejo, se encuentra en la linde del bosque de pinos, que, visto desde la presa, rodea las praderas.

Instintivamente, como el suicida pone el dedo en el gatillo, llevó la mano al cerrojo; pero así como el suicida, instintivamente también, se sobrecoge y no tira, apartó su mano del cerrojo, el cual tenía el mango tieso hacia adelante como un dedo que señala.

Después, volviéndose a un compañero: Fíjate , polaco, ¿es que quieres quedarte tieso como ese que tienes al lado? ¡Oh! ¡el cochino! ¡qué feo es! ¡Toma! ahora pone los ojos en blanco. Era uno que expiraba en las últimas convulsiones de la agonía. Durand, ¿vendrás de una vez? gritó de nuevo Zeli ; ven a ver mi pierna, viejo mío.

El coche del general estaba en la puerta, reclinado el lacayo contra el quicio, tieso el cochero en el pescante con la fusta enarbolada.

Catorce cruces iguales a la que cerca de Stein estaba, se seguían de distancia en distancia, hasta la última, que se alzaba en medio de la plaza haciendo frente a la iglesia. Era esto la via crucis. Momo volvió, pero no volvía solo. Venía en su compañía un señor de edad, alto, seco, flaco y tieso como un cirio.

Mi amigo iba pisando tieso y mirándose a los pies, sacó unas migajas de pan que traía para el efecto siempre en una cajuela, y derramóselas por la barba y vestido, de suerte que parecía haber comido.