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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Allí estaba él, reluciente, armado de aquella pechera blanquísima y tersa, la envidia de las envidias de Trabuco. En aquel momento don Juan Tenorio arrancaba la careta del rostro de su venerable padre; Ana tuvo que mirar entonces a la escena, porque la inaudita demasía de don Juan había producido buen efecto en el público del paraíso que aplaudía entusiasmado.

Pues miente quien tal diga gritó Trabuco muy disgustado con la noticia . Y ese señor don Juan Tenorio puede llamar a otra puerta, que la Regenta es una fortaleza inexpugnable. Y en cuanto al que trae tales cuentos a un establecimiento público.... El Casino no es un establecimiento público interrumpió Foja. Y se hablaba entre amigos, en confianza añadió Orgaz, padre.

¡Je, je! El tenorio volvió a reir como el conejo. No era cobarde: al contrario, tenía fama de quisquilloso y espadachín: pero, como casi todos los valientes, necesitaba público. La perspectiva de una muerte oscura a manos de un loco, no le hizo maldita la gracia.

Ahora te ha dado por proteger a ese Tenorio fiambre, y le quieres más que a , y a él le atiendes y a no, y de él te da lástima, y a , que tanto te quiero, que me parta un rayo». Rompió a llorar la señora, y Benina que ya sentía ganas de contestar a tanta impertinencia dándole azotes como a un niño mañoso, al ver las lágrimas se compadeció.

Los sietemesinos, echando humo por la boca y luciendo americanas del verano anterior, parodiaban a don Juan Tenorio. Te digo que esa señora no es tal señora, y me han dicho que torea. Vamos, chico, ¡que te calles! Yo la he seguido dos tardes, y ni siquiera me ha mirado. Pues me consta que va a citas. ¡! Las ganas. Ya salen... adiós.

Se encontraron los ojos de Ana y de Mesía. Se miraron como si hasta aquel momento nunca se hubieran visto bien. «Buenos ojos pensó el Tenorio no sabía yo a lo que saben, hasta ahora». Y continuó: «Esa será una de las primeras». Más de una hora fue viendo aquella nube de polvo que parecía de luz y en medio los ojos de la sobrina.

Con esto y la natural vanidad que lleva a la mujer a creerse querida de veras, la Regenta podía, si le importaba, creer que el Tenorio de Vetusta había dejado de serlo para convertirse en fino, constante y platónico amador de su gentileza.

Don Álvaro aprovechó la primera ocasión que tuvo para suplicar a Quintanar que obligase a su esposa a ver el Don Juan. Calle usted, hombre... vergüenza da decirlo... pero es la verdad.... Mi mujercita, por una de esas rarísimas casualidades que hay en la vida... ¡nunca ha visto ni leído el Tenorio!

Nadie ignora aquí que mi padre la pretende. Mi padre, a pesar de sus cincuenta y cinco años, está tan bien que puede poner envidia a los más gallardos mozos del lugar. Tiene además el atractivo poderoso, irresistible para algunas mujeres, de sus pasadas conquistas, de su celebridad, de haber sido una especie de D. Juan Tenorio. No conozco aún a Pepita Jiménez. Todos dicen que es muy linda.

En cuanto comprendió de qué se trataba, antes de oír las frases crudas con que pintó la rubia lúbrica el asalto del caserón de los Ozores por el Tenorio vetustense, don Fermín giró sobre los talones, como si fuera a caer desplomado, dio dos pasos inciertos y llegó al balcón contra cuyos cristales apoyó la frente. Parecía mirar a la calle. Pero tenía los ojos cerrados.

Palabra del Dia

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