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Después de haber callado, sus bigotes se estremecían con leve temblor, que era más visible en la pared. Salvo siempre su autorizada opinión dije sin abandonar mi sonrisa impertinente , me parece que tal afirmación es un poco prematura, sobre todo teniendo en cuenta que el señor no sabe los testigos y las pruebas que el juez ha de examinar.

Una luz azul que parecía emerger del mar iba repeliendo en los jardines el oro desmayado de la tarde. ¡No!... ¡no quiero! La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un temblor de sorpresa para convertirse inmediatamente en sordo y prolongado rugido, como si algo pesase sobre su boca.

Entonces, Gertrudis le pertenece en cuerpo y alma, a él solo; lo siente en el temblor de su brazo, que, con ternura y como a escondidas, aprieta con fuerza al suyo; lo adivina en el brillo húmedo de sus ojos, que se alzan furtivamente hacia su rostro. Al cabo de un momento, dice ella un poco contrariada. Oye, es preciso ver qué hace Martín. responde él apresuradamente.

Un caso contarè yo verdadero, Que casi me reí, que aqueste dia Corriendo por la calle vi un barbero, Que al punto del temblor sangrado habia A un hombre, que tras él saliò ligero, Aunque la sangre roja le salia: El barbero perdió aquí su lanceta, Y al enfermo el temblor la vena aprieta.

Hizo un esfuerzo y le miró a la cara con fijeza. No; algunas canas en la barba... y el aspecto un poco fatigado. El temblor de su voz contrastaba con la aparente indiferencia que quiso dar a sus palabras.

Apoderóse del infeliz un miedo indecible que se manifestó primero por ligero temblor, que se fué acentuando rápidamente hasta no dejarle hablar. Con los ojos abiertos, la frente sudorosa, se cogió del brazo del P. Irene, trató de incorporarse, pero no pudo y, lanzando dos ronquidos, cayó pesadamente sobre la almohada. Capitan Tiago tenía los ojos abiertos y babeaba: estaba muerto.

En el altar mayor, sobre su cuadrada carroza, estaba la famosa custodia ejecutada por el maestro Villalpando: un templete gótico, primorosamente calado, que brillaba con el temblor del oro a la luz de los cirios, y de labor tan sutil y aérea, que al menor movimiento estremecíase, meciendo sus remates como manojos de espigas.

Estaba acostumbrado al zumbido remoto de la máquina, que comunicaba un ligero temblor a las paredes. Le hacía falta el crujido de las maderas, el ruido continuo de agua corriente debajo de la ventana. Creyó estar ahora en una casa de tierra firme. Todo inerte, como si el buque fuese de ladrillo con profundas raíces en el suelo.

Y el viejo salía al encuentro del aperador, mirando de frente, con sus ojos inmóviles, que sólo percibían la silueta de los objetos en una niebla gris, moviendo las manos y la cabeza con un temblor de vejez exhausta y agotada que le valía el apodo de Zarandilla.

Sólo en las manos hubo un leve temblor que no llegó a percibir Tristán. ¿Has estado ? -No; Barragán es el que ha estado y pretende haberte visto nada menos que servir un vaso de agua a mi cuñada Elena que habías dejado en el coche. Nada, ni un imperceptible signo de confusión o de sorpresa. La más completa, la más absoluta tranquilidad. Hubo una pausa.