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Podía, pues, parafrasear y aplicarse el antiguo adagio madrileño: Todo el Tandil lo sabía, ¡Todo el Tandil, menos él! Ahora se comprendía la singular reserva de Coca en la primera visita que él hiciera en casa de Itualde; comprendía por qué no le hablara, por qué parecía huirle... ¡Pobrecita!... Iba a ser ella la mejor pieza de su cacería en el Tandil, ¡ella, la blanca palomita del monte!

Habíase levantado un sumario contra varios oficiales, a quienes se acusaba nada menos que de traición a la República... Sus nombres permanecían aún reservados... Pues La Mañana del Tandil insinuó vagamente alguno de esos nombres.

La parte intermedia se llama Tandil, tomado de una montaña de este nombre, mas alta que las demas. La última punta de esta hilera de montañas se llama Cairu.

Llenó las habitaciones de tiestos, moños, grabados ingleses, mecedoras, almohadones, lámparas con delicados abat-jours... Hizo arreglar el jardín, improvisó una huerta, cuidó un corral de aves domésticas... Y todo esto, agregado a su biblioteca, su subscripción a varias revistas, y a sus habilidades caseras, hicieron de la casita un verdadero oasis en el desierto de Tandil.

De vuelta de una de estas idas a misa, las recibió una vez su hermano con una noticia importante. Había llegado al Tandil, a organizar una estancia inmediata al pueblo, que acababa de comprar, un antiguo amigo suyo, don Mariano Vázquez, soltero y de buena familia, excelente persona que iban a tratar con frecuencia...

Esta misma tarde despachó el Comandante dos partidas de indios, incluyendo en cada una tres hombres de los nuestros, la primera que diese vuelta á las Sierras del Tandil y Volcan, y la otra al S. Caminamos este dia 14 leguas, poco mas ó menos, y aunque este campo abunda de mucha bosta para hacer fuego por haber mucha yeguada, pero se encontraba muy poco que guisar en él. Dia 12.

Adolfo miró a Coca... miró a Laura... miró la carta... miró al jardín... y repuso, cómicamente trágico: ¡Con el capitán Pérez! No quedaba la menor duda. En la carta leída varias veces sucesivamente y en voz alta por los tres hermanos hasta aprenderse el párrafo de memoria, Ignacio decía bien claro: «Se nos conceden unas cortas vacaciones que aprovecharé yendo a visitarlos al Tandil.

D. Saturnino Segurola, cuya liberalidad y benevolencia solo podemos retribuir con este testimonio estéril de nuestro agradecimiento. Buenos Aires, 28 de Enero de 1336. De un viage desde Buenos Aires á los Césares, por el Tandil y el Volcan, rumbo de sud-oeste, comunicado á la corte de Madrid, en 1707, por Silvestre Antonio de Roxas, que vivió muchos años entre los indios Peguenches.

Tan precisos eran los datos y tan claras las señas, que ningún lector ni lectora de El Correo de las Niñas dudó un instante de quiénes fueran los «silueteados». Hasta las modistas y los almaceneros del Tandil sabían perfectamente que el suelto se refería a Coca Itualde y el capitán Pérez.

Y no habría hablado veinte palabras, cuando ya le dio la noticia, muy confidencial y secretamente, de que la menor de las de Itualde, la beauty del Tandil, tenía un novio en Buenos-Aires, el capitán Pérez... No se sabía eso con certeza; pero había muchos datos para presumirlo. ¿Cómo explicar de otro modo su desvío para con la juventud dorada del pueblo?...