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Actualizado: 29 de julio de 2025
Sus ojos febriles se posaron con angustia en ella, sus labios murmuraron otra vez «¡Perdón!» Sin hacer caso alguno, la esposa de D. Pedro se metió de nuevo en la cama y apagó la luz. Los rayos del sol matinal, penetrando por las rendijas del balcón, alumbraron aquellos dos insomnios. Con la luz de Dios comenzó el bárbaro suplicio de una criatura inocente.
Al volver a casa presentábase el papelillo azul, que abría ella con mano trémula: «Sin novedad.» Podía respirar, podía dormir, como el reo al que se libra por el instante de una muerte inmediata; pero a los dos o tres días, otra vez el suplicio de lo incierto, la terrible tortura de lo desconocido.
En la segunda víspera de Navidad se representaba el suplicio de San Esteban, y en la octava de los Inocentes una farsa burlesca, en la cual enmudecían los coros de mancebos, dirigiendo uno las funciones, que costeaba el arzobispo . Es probable que tales usos, peculiares á una ciudad catalana, fuesen comunes á las demás de España de la misma época.
La existencia del hombre desengañado es un largo suplicio; sus días están sembrados de desengaños y sus recuerdos llenos de remordimientos.
Así como es penosa la visita de una cárcel ó un lugar de suplicio, no se puede penetrar sin repugnancia á un recinto donde se ha perpetrado un gran crímen.
Debes estar convencido de que si sólo se tratase de sacrificar mi reposo á tu dicha, no dudaría ... Pero tener á Clementina por suegra ... ¡porque sería tu suegra! no habría en el infierno suplicio semejante. Hay que haberla conocido joven para sospechar lo que debe ser ahora que es vieja.
Don Pedro pertenecía al grupo de aquellos señores del Instituto que pagaba el gobierno para que fastidiasen con sus explicaciones y sus exámenes á la juventud. Recordaba aún los dos años que había pasado en su cátedra, como en una cámara de tormento, sufriendo el suplicio del latín.
Únicamente por un esfuerzo de voluntad y altivez pudo el marqués seguir hasta el fin la narrada conversación que fue para él interminable suplicio, y tanto, que más de una vez tuvo que hacer un llamamiento a su razón para no acusar a Fabrice de verdugo, despiadado e irónico... En vano le había afirmado el artista con palmaria sinceridad que Beatriz ignoraba su pasión; ¿qué sabía el pintor?
Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué de comentarios! Y el miedo á encontrarse con las gentes, que sin duda repetían su nombre á todas horas, le hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen. Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante, y esto bastaba para que los curiosos dejasen de hablar de él. Empezó á pesarle la soledad como un suplicio.
Cuando un grito de angustia ha ascendido del fondo de vuestro corazón, no lo habéis sofocado antes de pasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico en el suplicio, pero lo habéis terminado con una invocación al ideal que vendrá, con una nota de esperanza mesiánica.
Palabra del Dia
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