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Actualizado: 15 de junio de 2025


Abrazóle Sansón, y suplicóle le avisase de su buena o mala suerte, para alegrarse con ésta o entristecerse con aquélla, como las leyes de su amistad pedían. Prometióselo don Quijote, dio Sansón la vuelta a su lugar, y los dos tomaron la de la gran ciudad del Toboso. Capítulo VIII. Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote, yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso

El padre Mateu había conocido a Diógenes muy pequeñito, en el Colegio de Nobles, y enterado de que se hallaba moribundo en Zumárraga, pidió permiso al superior para ir a auxiliarle; negóselo este, temeroso de que en su edad avanzadísima le costara aquella obra de caridad la propia vida, mas el anciano instóle con tanto afán, suplicóle con tal ahínco, asegurándole con convicción tan profunda que Dios le había conservado ochenta y seis años sólo para aquello, que el superior no pudo menos de darle gusto.

Lo creo, señorita; pero debo decirle que en esa historieta, muy inocente sin duda de parte suya, pero que probablemente lo será menos de la otra, aventura usted muy gravemente su reputación y su reposo. Suplícole que lo reflexione, y al mismo tiempo, que esté muy segura de que nadie sino usted oirá jamás una palabra de mi boca sobre este asunto.

Más: de limosnas á pobres Soldados, curas enfermos, Y llevarlos á caballo, Treinta mil y cuatro cientos Y cuarenta y seis escudos. No sólo satisfaciendo Va Vuestra Excelencia al Rey; Mas que no podrá, sospecho, Pagarle con cuanto tiene. Suplícole que dejemos Las cuentas, que quiero hablarle.

»Rogando a usted que me dispense tan larga misiva, suplícole que acepte la expresión de mis respetos. »JUAN DORMAL, »Capitán de ArtilleríaCuando Genoveva terminó la lectura, nos quedamos todas en silencio. Francisca mordisqueaba la punta del pañuelo y columpiaba un pie puesto sobre el otro. Yo me reía en mis adentros de su evidente disgusto.

Y se las dio apuntadas con mucho primor en una tarjeta: acercóse también el tío Frasquito y suplicóle encarecidamente que, no bien muriese aquel infeliz, se lo avisase al punto por telégrafo; diole entonces su nombre y señas, y el importe del telegrama: una peseta.

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