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Actualizado: 9 de mayo de 2025


La Ozores contestó: «Que ella no podía disponer de la mano de su sobrina, aunque la joven consintiera, sin consultar, sin tomar la venia de la nobleza, de la clase». Los señores del margen, los de la Audiencia, eran la segunda aristocracia en Vetusta, aunque no figuraban tanto como en otros días. La justicia era respetada con un terror supersticioso heredado de muchos siglos.

Apenas salía de casa; un rato al casino por las tardes, y el resto del día en el comedor con ella y los amigos, o encerrado en su cuarto, a vueltas sin duda con sus libros, que la austera señora miraba con el respeto supersticioso de su ignorancia.

Creeríase que sale de las profundidades de la tierra y que el señor de Golfín, el hombre más serio y menos supersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los silfos, ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentada con la loca de la casa.... Pero, si no me engaña el oído, la voz se aleja.... La graciosa cantora se va.... ¡Eh! Muchacha, aguarda, detén el paso.

Sucedieron sacerdotes á sacerdotes, y el respeto supersticioso de los modernos á la adoración de los antiguos, pero quizá la cumbre más alta, permanece aun hoy virgen de huella humana. La suave luz que resplandece en sus rocas y en sus nieves no ha iluminado aún á nadie desde que se fueron los dioses griegos.

En aquella casa el recuento de la moneda era un culto. Desde niño se había acostumbrado don Fermín a la seriedad religiosa con que se trataban los asuntos de dinero, y al respeto supersticioso con que se manejaba el oro y la plata.

Pero transcurrieron dos semanas sin que apareciesen indicios de testamento, un simple papel que revelase la voluntad de la muerta. La señora, segura de su salud, creyendo disfrutarla hasta una edad avanzada, no había pensado en la suerte de su protegido, reservando para más adelante su testamento, con el temor supersticioso de atraerse la muerte si se preparaba para ella.

Cualquier supersticioso habría visto en tan insignificante suceso augurio adverso o quizás favorable; pero Salvador sacudió del hombro el yeso y siguió adelante sin contestar a D. Felicísimo, que en la puerta de su cuarto decía: ¿Qué es eso?... ¿se ha hecho usted daño?... ¿se cae la casa?... ¡luz, luz! «El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!».

Tocaba ya por ganar la pitanza, medio dormido, como sus compañeros, sin fe, sin emulación, apenas conservando un poco de cariño melancólico y de respeto supersticioso a la buena música, a la antigua, despreciando las novedades que traían las compañías de algunos años a aquella parte.

Entonces solía don Víctor asomar la cabeza, con su gorro de borla dorada, por la puerta de escape que abría con cautela, sin ruido.... Anita no le oía; y él, un poco asustado, con una emoción como creía que la tendría entrando en la alcoba de un muerto, se retiraba, de puntillas, con un respeto supersticioso. A dos cosas tenía horror: al magnetismo y al éxtasis. ¡Ni electricidad ni misticismo!

Jamás lograréis que un hombre supersticioso, máxime si es del tipo que hemos analizado, llegue a ser un ciudadano útil. ¡Este tipo es desdichadamente el producto de una educación de tres siglos *

Palabra del Dia

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