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Actualizado: 12 de junio de 2025


Los pocos pasajeros a quienes tan ruda jornada había tocado, éramos, como creo haberlo dicho ya, el profesor suizo, un joven de Bogotá, García Mérou y yo. Además, venía una rarísima mujer, colombiana, de buena familia, pero que en Francia habría pasado por tener una colección de arañas au plafond.

Soledad y María-Manuela sin duda se habían vuelto á casa. Pero antes de retirarse á la suya quiso dar un vistazo por el café Suizo. Un vago presentimiento le animaba á ello. Sabía que Antonio era parroquiano y solía llevar con él á María-Manuela. En cuanto abrió la puerta y puso el pie dentro la vió. Estaba sentada cerca del mostrador con su amiga María y otra mujer, Antonio y otro hombre.

La historia de Sancy es más antigua y novelesca. En el siglo XV, un suizo poseia este gran diamante, no se sabe cómo, y lo vendió por un escudo á Cárlos el Temerario. El tal hombre ignoraba seguramente que aquel pedacito de piedra encerraba una gran fortuna. De Cárlos el Temerario pasó á Nicolás de Harlay de Sancy, que lo empeñó á D. Antonio, rey de Portugal, en doscientos mil francos.

Mas no se pasó mucho tiempo sin que se abriera la puerta de par en par, y entrara por ella un carcelero con una bujía encendida, anunciándome que pronto llegaría el juez y el escribano. Aparecieron al fin estos dos varones, y fue extraordinaria mi sorpresa al encontrarme enfrente de dos señores que jugaban todas las tardes al billar conmigo en el café Suizo.

La mejoría se acentuó tanto, que D. Evaristo atreviose a salir de noche, y lo primero que hizo fue ir en busca de Juan Pablo. No le encontró en el Suizo Viejo. Allí estaban Villalonga, Juanito Santa Cruz, Zalamero, Severiano Rodríguez, el médico Moreno Rubio, Sánchez Botín, Joaquín Pez y otros que tenían constituida la más ingeniosa y regocijada peña que en los cafés de Madrid ha existido.

Físicamente era el señor de Maurescamp un grande y bello joven, de color un poco encendido y de una elegancia un poco pesada. Fuerte como un toro, parecía deseoso de aumentar indefinidamente sus fuerzas; por la mañana ejercitábase en el balancín, tiraba las armas, bañábase dos veces al día con agua helada, y desarrollaba orgulloso dentro de un ancho gabán su busto suizo.

En una de las esquinas de la pieza, ocupando a lo sumo un espacio de metro y medio cuadrado, un joven suizo había instalado su vidriera y su mesita de relojero. Más de una vez tuve el impulso de ir a conversar con el pobre relojero; pero a mi vez, estaba tan nervioso e irascible, que acabé por fastidiarme hasta del infeliz que tenía delante.

Casi en el centro del territorio suizo, en la region donde termina en cierto modo la zona montañosa y comienza la de las planicies ondulosas ó muy accidentadas, se produce una hoya relativamente considerable que, teniendo por centro hidrográfico al rio Reuss, ofrece á la vista del viajero el mas variado y acaso el mas bello panorama de ese país de maravillas naturales.

Pero Juanito no se apercibía del cambio de táctica, atento como estaba en observar á un comerciante catalan que estaba junto al consul suizo: Juanito que los había visto hablando en francés, se inspiraba en sus fisonomías y daba soberanamente el pego.

Aunque el ilustre combatiente no manifestaba tener mas de sesenta años, ni se mostraba muy erudito en punto á geografía francesa, eso no impedia que un grave ciudadano de «la pérfida Albion» estuviese recogiendo con avidez las reminiscencias del suizo y anotándolas cuidadosamente en una cartera de viaje, como novedades de primer orden.

Palabra del Dia

rigoleto

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