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Algunas de estas anécdotas eran de caza o de equitación; las más fueron de amores, hallando medio de divulgar sus triunfos y conquistas, que aparentaron creer o creyeron sus interlocutores, o mejor dicho, su auditorio, pues el Conde era de aquellos que, si bien hablan primorosamente, fatigan y ofenden a los menos sufridos, monopolizando el uso de la palabra y no consintiendo, como vulgarmente se dice, que nadie meta baza o cucharada sino ellos.

Estando, pues, por aquel lado muy alterada la laguna por el viento que soplaba, les ordenó el P. Fernández pasasen la canoa á la otra ensenada; mas sondando los indios el fondo del agua no se quisieron arriesgar á ponerse otra vez en peligro; pidióles el Padre que á lo menos le pasasen á la otra banda, lo cual también rehusaron por ser manifiesto el peligro de que la impetuosa corriente del agua volcase la canoa y él se hundiese sin poder ser socorrido: parecía azar y siniestro accidente que no sufriesen el efecto pretendido tantas diligencias y trabajos sufridos por descubrir el puerto tan deseado del Paraguay; pero no fué sino providencia singularísima del Altísimo, que no menos cuidaba de su gloria que de la vida de sus siervos, porque si nuestros Misioneros de las Reducciones de los Chiquitos bajaban á la de los Guaranís, caían en manos de los Payaguás, que habían jurado vengar la muerte de sus paisanos con la muerte y estrago de cualquier español que encontrasen, como poco después lo escribió el P. Provincial, ordenando que ninguno de los nuestros bajase por allí á los Guaranís, y que si alguno estuviese ya en camino, diese la vuelta luego á los Chiquitos.

Y tanto podía la imaginación, que la madre putativa llegaba a embelesarse con el artificioso recuerdo de haber llevado en sus entrañas aquel precioso hijo, y a estremecerse con la suposición de los dolores sufridos al echarle al mundo. Y tras estos juegos de la fantasía traviesa, venía el discurrir sobre lo desarregladas que andan las cosas del mundo.

La autoridad tuvo que intervenir muchas veces para aconsejar prudencia y tolerancia á ciertas amazonas, que, acordándose de los malos tratos sufridos en otros tiempos, daban todas las noches una paliza á sus maridos. Todavía quedan entre nosotras espíritus conservadores y tradicionalistas que guardan un odio implacable al antiguo tirano.

La primera, titulada El trato de Argel, es, sin disputa, la más antigua de las escritas por Cervantes, y aunque no adoptemos la opinión de Pellicer y Navarrete de que la compuso en su cautiverio, debió ser, todo lo más, á poco de volver, cuando estaban frescos en su memoria los dolores y tormentos allí sufridos . Ofrécenos un cuadro, que nos impresiona y conmueve, de los martirios y penalidades de los esclavos cristianos, presenciados y sentidos por el autor; aunque de drama, propiamente dicho, tenga poco más que el nombre, puesto que los diversos grupos y situaciones en que se distribuye la acción, carecen de un lazo estrecho que los haga interesantes.

Los austriacos quedaron triunfantes, pero no abusaron de la victoria; hubo algunas casas saqueadas pero fueron aquellas en que se defendió el enemigo. Nosotros no recibimos el menor daño personal, gracias a Dios, pero materiales, ¡tenemos ya sufridos tantos!

Para evitarse gastos había emprendido la travesía del desierto con un sólo peón indígena y una tropilla de seis caballos del país, capaces de alimentarse con lo que encontrasen, sufridos animales que se iban relevando en la tarea de llevar sobre sus lomos á los dos viajeros.

12 Y os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; 13 y que los tengáis en mayor caridad por amor de su obra. Tened paz los unos con los otros. 14 También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los que andan desordenadamente, que consoléis a los de poco ánimo, que soportéis a los flacos, que seáis sufridos para con todos.

De los autos dedujo el virrey que todo era calumnia, y mandó poner en libertad al preso, autorizándolo para volver a Quito y dándole seis meses de plazo para que sublevase el territorio; entendiéndose que si no lo conseguía, pagarían los delatores las costas del proceso y los perjuicios sufridos por el caballero. ¡Hábil manera de castigar envidiosos y denunciantes infames!

Salvatierra admiraba la fe de este joven que se creía poseedor del remedio para todos los males sufridos por la inmensa horda de la miseria. ¡Instruirse! ¡Ser hombres!... Los explotadores eran unos cuantos miles y los esclavos centenares de millones.