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Actualizado: 3 de junio de 2025
Al viejo contrabandista le temblaban las carnes de placer oyéndole relatar sus proezas. El muchacho vengaba a su compadre y a él de los sustos sufridos en la montaña, de los golpes que les habían dado los que él apellidaba «los esbirros». ¡De seguro que a éste no se le ponían delante para quitarle la carga!... El mozo era de los de caballería y no se limitaba a entrar tabaco.
Al terminar el almuerzo, algunos oficiales se levantaron, requiriendo sus sables para cumplir actos del servicio. El capitán von Hartrott también se levantó: necesitaba volver al lado de su general; había dedicado bastante tiempo á las expansiones de familia. El tío le acompañó hasta el automóvil. Moltkecito se excusaba una vez más de los desperfectos y despojos sufridos por el castillo.
¿De dónde era el maestro? Todas las vecinas lo sabían: de muy lejos, de allá de la churrería. Y en vano se pedían más explicaciones, pues para la ciencia geográfica de la huerta todo el que no habla valenciano es de la churrería. No eran flojos los trabajos sufridos por don Joaquín para hacerse entender de sus discípulos y que no reculasen ante el idioma castellano.
«Va á venir», pensaba, encontrando incomprensible esta ausencia, mientras en torno de él roncaban los compañeros exhalando un vaho alcohólico. La tranquilidad de la noche acabó por infundirle un nuevo miedo, más intenso que todos los que llevaba sufridos. Adivinó que iba á pasar algo extraordinario, algo inconcebible, cuyo misterio aumentaba su pavor. Y así fué.
No por esto desmayaron aquellos valerosos, constantes defensores, antes bien, á pesar de las fatigas y cuidados continuos, sufridos en los dias y noches antecedentes, se mostraron á su comandante intrepidamente dispuestos á la resistencia, y ocupando cada uno el puesto que tenia señalado, se recibió por todas partes al enemigo con la mas constante bizarria.
Experimentó una sensación de disgusto ante las hembras serviles y tímidas, acostumbradas al golpe, y que buscaban resarcirse con avidez de las grandes quiebras y desengaños sufridos en su comercio. Lo era imposible celebrar, como sus primos, con grandes carcajadas el desencanto de estas mujeres cuando veían perdidas sus horas, sin conseguir otra cosa que bebida abundante.
Había sitios entre las torrenteras, tan profundos y peligrosos, y en los cuales sólo nos guiábamos por los negros y gigantescos esqueletos de los castaños inclinados sobre el abismo, que en ellos nos hubiéramos precipitado y perecido, sin la destreza y el vigor de los sufridos aldeanos de Milly. El peso de su preciosa carga les infundía sin duda confianza y valor.
El amante, misteriosamente amado por Trini, sabe que ella le ama, y sabe su deshonra y quién ha sido la causa de ella, todo por una involuntaria revelación de la misma Trini, la cual estaba decidida a callarse, aunque la matase el silencio, para no ocasionar una lucha sangrienta entre los dos rivales, valerosos y poco sufridos ambos.
No tres, como ella les dijera, sino cinco horas anduvieron hasta llegar de madrugada a un caserío donde, presentándose al jefe del destacamento que lo ocupaba, contaron cuanto habían visto, aún grabada en sus rostros la impresión de la angustia y el terror sufridos.
Y resumía su entusiasmo con esta afirmación: Me bato por Francia porque es un país chic. Sólo en París se visten bien las mujeres. Esos alemanes, por mucho que hagan, serán siempre unos ordinarios. No necesitaba añadir más: todo quedaba dicho. Los tres recordaron los meses de infierno sufridos recientemente en los Dardanelos, en un espacio de seis kilómetros conquistado á la bayoneta.
Palabra del Dia
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