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Actualizado: 23 de junio de 2025
La afición decidida a las españolitas era entonces el más pronunciado síntoma y el más elocuente indicio de la posible unión ibérica. El Vizconde, al empezar su narración, sostenía sin rodeos ni disimulos que ocho años antes del momento en que hablaba, había conocido a la Sra. de Figueredo, soltera aún y figurando y descollando entre las españolitas de Lisboa.
¿Qué otra cosa podría haber dicho, Perla, respondió su madre, sino que no era esta la ocasión de besar á nadie, y que los besos no deben darse en la plaza del mercado? Perfectamente hiciste, locuela, en no hablarle. Hubo otra persona que expresó igualmente sus ideas acerca del Sr. Dimmesdale. Esta persona era la Sra.
En los momentos en que el Reverendo Sr. Dimmesdale razonaba de este modo consigo mismo, y se golpeaba la frente con la mano, se dice que la anciana Sra. Hibbins, la dama reputada por hechicera, pasaba por allí, vestida con rico traje de terciopelo, fantásticamente peinada, y con un hermoso cuello de lechuguilla, todo lo cual le daba una apariencia de persona de muchas campanillas.
Me parece que vienen por ese lado. ¡Jesús, esto es atroz! Si viene una bala perdida... Adiós, me voy; toma, chiquillo, encárgate tú de esto. Es muy fácil. Ahí está el convento. Mira, en aquel callejón está la puerta del torno. Entras, preguntas por la Srta. Inés, la novicia..., pues. Dices que vas de parte de la Sra.
Su vivienda era un hotel espacioso, amueblado con primor y con lujo, en el centro de un bello jardín, bastante dilatado para que por su extensión casi pudiera llamarse parque. Menos en las temporadas en que había teatro, la Sra. de Figueredo recibía todas las noches. Cuando había teatro recibía también, pero no siempre. Sus tertulias eran animadísimas y solían durar hasta después de la una.
Lo primero que notó Arturito, con desagradable sorpresa, aunque parezca extraño y nada compasivo, fue que la Sra. de Figueredo debía de estar aquella noche muy poco atormentada por la jaqueca, porque en vez de hallarla en vaporoso deshabillé, de bata, peinada muy al descuido y recostada o casi tendida en su chaise-longue, la encontró bastante atildada y compuesta, con traje casi de ceremonia, y sentada en un sillón, como si fuese a recibir una visita de mucho cumplido.
Al punto las miradas de todos fijáronse con cierto respeto en un venerable armario de añejo roble que en el testero principal de la habitación desde largos años existía. Acercóse a él la Sra. Condesa, y abriéndolo, sacó una espada larguísima, con su vaina y tahalí, las tres piezas muy marcadas con el sello de honrosa antigüedad.
Y ¿qué hay con él? preguntó el médico con ansiedad, como si el tema fuera muy de su agrado, y se alegrara de hallar una oportunidad de discutirlo con la única persona con quien pudiera hacerlo. Para decir la verdad, mi Sra. Ester, precisamente mis pensamientos estaban ahora ocupados en ese caballero: de consiguiente, hablad con toda libertad, que os responderé.
Inés con D. Diego de Rumblar, previa legitimación de aquélla, por lo que llaman autorización del Rey, con lo cual ambos derechos se funden en uno solo, evitando cuestiones. En cuanto al punto más difícil, la Sra. Marquesa lo ha resuelto al fin de un modo ingenioso y seguro. La niña ha entrado al fin con pie derecho en la familia.
El dia del auto se reunian en la Inquisicion, y subian al aposento del inquisidor mas antiguo para hacer el acompañamiento el regente la Real Chancilleria, con los oidores de la Audiencia civil y criminal acompañados de sus ministros: el Justicia de Aragon con sus lugartenientes, ministros y oficiales: dos dignidades, dos canónigos de la metropolitana, y en nombre de N. Sra. del Pilar el prior y dos canónigos: el vicario general del arzobispado y por los obispos del distrito un consultor canónigo de la Seo.
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